jueves, 3 de enero de 2013

Capítulo 2

Katherine se acostumbró muy pronto a la vida de aquel lugar, sobre todo porque no representaba precisamente un cambio brusco en su vida. No había nada que echase de menos porque prácticamente no recordaba nada, así que no había tenido antes ningún otro estilo de vida. Lo único que debía hacer era acostumbrarse. La niña fue muy feliz allí cuando finalmente lo logró. No conocía otra cosa. Su vida había empezado prácticamente allí.

Era verano, por lo que ella y sus primos se pasaban casi todo el día fuera de casa, entrando solamente para dormir, comer y hablar un poco con los adultos, que también salían a menudo, sobre todo la madre y el tío, aún arreglando algunos "asuntos pendientes". La madre solía ir al mercado o a casa de alguna amiga. El tío solía pasarse a menudo por la ciudad. Demasiado según el criterio de Katherine. Y su padre solía trabajar en casa o en la ciudad durante dos días a la semana.

La niña descubrió además que aquel lugar tenía muchos lugares interesantes. Más allá del pueblo y de las casas alejadas en las que vivían había una zona entera de vegetación en la que podías perderte durante horas, algo distinto y más profundo de lo que había visto en el camino. Era un sitio alejado del bosque, que no era precisamente un bosque...era un sitio lleno de vida, simplemente.Era fácil perderse tanto en el pequeño bosque como en el alcantilado que había por allí cerca. Los niños le enseñaron a trepar por allí y a deslizarse por las ramas, al igual que le enseñaron las innumerables cuevas que había, en las que podías meterte y jugar a cualquier cosa, a pesar de que en la mayoría de esas cuevas la oscuridad era casi absoluta. Había infinidad de sitios interesantes dónde podías meterte, miles de juegos a los que podías jugar allí. Y a pescar.

Se suponía que los adultos les habían prohibido escalar aquellos alcantilados, y ya no digamos llegar a la cima, pero hasta Peter, que era muy responsable, estaba de acuerdo en trasgredir esa norma. No había nada malo en ello siempre y cuando pudiese pasar cuando él se subía hasta cierto punto y ataba una cuerda para los demás. Cuando llegaban a ese punto el chico repetía el proceso y así sucesivamente. A Peter aquel le parecía un método tan seguro que incluso permitió que Katherine lo hiciera, cosa que a la pequeña le entusiasmaba.

Sobre todo porque podía deslizarse por el aire cuando tenía la cuerda por la cintura, y así hacía ver como que estaba volando, aunque a veces se deslizaba de forma demasiado peligrosa. Chillaba como una gaviota y estiraba los brazos.

¡Pero es que las vistas eran tan magníficas desde allí! El mar era inmenso, y parecía no acabarse jamás… además, ¡era tan bello! A Katherine la belleza de aquello no se le escapaba, a veces hasta sentía deseos de cantar. Y se quedaba embobada así, admirando aquellas vistas,cantando, hasta que Peter rodaba los ojos, reía, y tiraba de la cuerda para que la niña saliese de su distracción y subiera de una buena vez.

-¡A este paso saldrás volando, niña!-le decían. Siempre había alguno que acababa diciéndole eso.

En la cima había muchas cosas interesantes. No se adentraron demasiado por aquellos días, nunca lo habían hecho, pero lo que veían resultaba bastante interesante. Allí había muchas rocas y algunos animalitos extraños cuyo nombre no conocía ninguno, si quitamos por supuesto a los petirrojos y a las ardillas, que tenían colores tan vivos como las flores. Quizás también el de algún águila o incluso algún conejo, pero nada más. Más adelante había otro bosque, más alto y más espeso que el anterior, pero por el ruido que salía de allí daba la sensación de que era un bosque muy pequeño. Incluso por el día parecía oscuro,muy oscuro, con una vegetación tan tupida que parecía recién salido de un cuento de terror, era imposible saber lo que habría allí.

Pero ninguno de ellos se había atrevido nunca a meterse por allí, aunque Katherine aún no entendía muy bien el por qué. Los niños le decían que no era seguro, que allí sucedían cosas extrañas,les habían contado muchas historias espeluznantes, pero que probablemente cogerían el valor necesario para meterse por allí algún día, solamente para poder comprobar si allí había algo interesante y peligroso de verdad. Y porque estaba prohibido, por supuesto.

-¿Quién sabe lo que habrá allí? Podría haber hasta duendes-decía William de vez en cuando.

Aquel día Katherine decidió tomar como nota mental el propósito de convencer a sus primos y a su hermana de que se adentrasen pronto allí. Aunque quizás lo hiciese ella misma algún día.

No conocía el miedo, y tampoco lo peligroso. En aquellos primeros días no tenía ni idea de lo que era el peligro, nadie le había hablado de ello, por lo tanto no sabía que uno podía hacerse daño…de verdad. Eso era algo de lo que no le habían hablado nunca, algo que no había tenido tiempo de conocer, ni siquiera de leer o de ver, ni mucho menos de sufrir, por lo tanto estaba segura de poder hacer esa pequeña excursión algún día.

Aunque eso sí… siempre acababan pasándose por la cabaña que había por allí cerca, al subir el enorme alcantilado, la de un viejo pescador que les contaba de vez en cuando cuentos de cuando él era un chavalín, de tiempos pasados. Algunos se los inventaba, otros no, pero eso era algo que se podía ver nada más escuchar las primeras palabras de su historia. Por suerte, las historias más interesantes que contaban eran las que le habían ocurrido de verdad. Eso es lo que los niños creyeron durante bastantes años. Esos cuentos de terror que les impedían meterse en sitios peligrosos. O desear aún más ir a por ellos.

Aparte de meterse por aquellas zonas también probaban con otras cosas. Estuvieron en la playa gran parte del tiempo, tanto bañándose como persiguiéndose por la orilla. En el casi de Katherine así era. Nadar se le daba fatal, aprender a hacerlo le costaba muchísimo, por lo que a menudo chapoteaba cerca de la orilla, con una pelota. A no ser que su hermana o su primo menor la arrastrasen al agua para hacerle alguna que otra ahogadilla, o a obligarla a que aprendiese más rápido. Era muy agradable bañarse en aquellas aguas más azules aún que el cielo, tan cristalinas y tan deliciosas. Pero no era agradable nadar.

-¡Yo no soy un pez!-chillaba la niña cada vez que la obligaban, salpicando con energía a Bonnie o intentando saltar sobre su primo para hacerle a él una buena ahogadilla.

-¡A tu edad deberías saber nadar ya!-le respondía Bonnie.-Yo aprendí a nadar cuando cumplí los cinco años. Espera… creo que en realidad tenía tres-había cierto matiz de exageración y de vanidad en su voz -¡Aprende de mí, hermanita!

-El pez de agua eres tú, no yo. ¡Nunca aprenderé a nadar!-Katherine sabía que tarde o temprano acabaría aprendiendo… pero más tarde de lo que debería. Por lo menos si la comparábamos con Bonnie, e incluso con Bianca. Katherine estaba segura de que de mayor no se dedicaría precisamente a lo mismo que ella. Tal como decía una y otra vez, ella no era un pez de agua. Nadar no era lo suyo precisamen

Y es que su hermana era un as en el agua, ¡ni siquiera los chicos podían ganarla! Ninguno, ni quiera Peter.

Le gustaba más jugar con la arena y hacer castillos de arena, porque eso se le daba bastante mejor. Tenía un toque artístico que empleaba en sus esmerados castillos de arena, que de todos modos no duraban demasiado en pie.

Peter, en cambio, era un gran nadador también. No nadaba tan deprisa como Bonnie, pero él podía mantenerse bastante tiempo bajo el agua, y sus brazadas eran más fuertes. Además, podía abrir los ojos bajo el agua casi sin esfuerzo lo que, según él, le era bastante de utilidad. Eso siempre y cuando no le picasen los ojos luego.

A William no se le daba mal, pero no le dedicaba mucho tiempo a nadar. Empleaba la mayor parte de su tiempo en el agua para hacer ahogadillas a los demás o para bucear, o incluso flotar.

-¡Bu, bu, tráss, trás, por aquí te pillé!-decía riéndose como un niño pequeño

Bianca, en cambio, era casi tan mala nadadora como Katherine. Nadaba tal como probablemente lo haría ella cuando finalmente aprendiese a nadar, aunque la niña siempre pregonaba que quería mejorar y nadar como Bonnie.

Aun así todos se divertían mucho en la playa. Pero no se pasaban tampoco todo el tiempo allí y en los acantilados. Jugaban a veces en el pueblo, sobre todo a últimas horas de la tarde, cuando había más niños jugando.

Katherine se sorprendía muchas veces al darse cuenta de que los niños del pueblo eran muy distintos a ellos. Iban vestidos con ropas más sencillas, chillaban mucho más y habían veces en las que no se les entendía nada de nada, sobre todo porque de vez en cuando decían alguna que otra palabrota. En esos momentos Bonnie, Peter o William siempre les tapaban las orejas a Bianca y a Katherine, aunque ésta última no entendía muy bien el por qué. ¿Qué tenía de malo?

-¿Pero qué ha dicho?-dijo la primera vez.

-Nada interesante. Nada interesante, así que no les escuches-le dijo Peter aquella vez, meneando la cabeza con mucha rapidez.

Además, iban más sucios. Más sucios incluso que ella cuando se despertó en el tren con su abrigo polvoriento y su vestido viejo y gastado. Pero eso Katherine lo terminó achacando simplemente a la ajetreada vida del pueblo y a sus trabajos, pues los padres iban de un modo casi igual, y encima hablando de la misma forma tosca. Peter se lo explicó así, y Bonnie fruncía el ceño cada vez que eso ocurría.

Pero Katherine seguía sorprendiéndose de vez en cuando, sobre todo al comparar sus propios vestidos con los de las niñas del pueblo. Sus padres y su tío habían hecho un pequeño viajecito a la ciudad para traerle ropa nueva, y habían vuelto cargados de cosas. Así que tenía ahora bastantes vestidos, casi todos verdes, azules, rosas, amarillos o blancos, casi enteramente de esos colores, y siempre eran más bonitos que los de los niños del pueblo. Sobre todo los blancos.

Lo mejor que tenía para Katherine del pueblo era eso, ver su actividad y… los helados. Cada vez que iban al pueblo acababan en la heladería, dónde se zampaban un buen helado de chocolate, fresa o vainilla.

En cuanto a las cosas de Katherine, el armario no era lo único que habían llenado. Le habían comprado algunos libros, casi todos cuentos infantiles agrupados en tomos y otros que le recomendaron que se leyese cuando fuese más mayor. Katherine cogía alguno de esos libros antes de dormir y leía un poco. Descubrió que por suerte sabía leer de corrido. Por suerte leer resultó ser para ella un poco como instinto...algo que no se olvidaba, al igual que montar en bicicleta, aunque tuvo que emplear varios minutos para reconocer las letras y poder leer otra vez.

Aunque se sintió un poco despistada la primera vez que cogió un cuento… era como si, a pesar de saber leer, estuviese acostumbrada a leer en otro idioma.

También le compraron algunas muñecas nuevas, unos cuantos juegos, adornos, e incluso peluches. Dos peluches que la niña terminó dejando esparcidos por la habitación, apareciendo siempre en el sitio más insospechado. No le interesaban mucho el osito y la comadreja, pero eran bonitos para el cuarto, o para abrazarlos un poco cuando se aburría, simplemente para apretujar algo, lo cual no ocurría muy a menudo.

Sus tíos se quedaron unos cuantos días más en la casa, pero luego se marcharon de allí para hacer un viaje que Henry llevaba atrasando desde hacía bastante tiempo. Fue la primera vez que Katherine sintió algo de añoranza, viendo marcharse el coche en el que iba su tío. Era la primera persona a la que había conocido, Henry era su guía principal, a pesar de tener a sus padres. Pero por lo menos se quedaban sus primos. Muy pronto descubriría que ellos tampoco veían muy a menudo a sus padres… al igual que Bonnie ni ella, tal como sabría al final de aquel verano que aún parecía tan largo e interminable.

Fue conociendo bastante rápido a sus padres, en solamente cinco días. Katherine no tardó mucho en saber que su madre era una mujer amable y bondadosa que siempre procuraba que los niños se sintiesen lo mejor posible y que solía ayudar a los demás, y que su padre, a pesar de ser un hombre cariñoso con Bonnie y con ella, aparte de tener buen corazón, era un hombre malhumorado que se pasaba casi todo el día trabajando en su despacho, y que se enfadaba cuando alguno de los niños hacía demasiado ruido. Algo parecido como con gran parte de los hombres que había visto en la ciudad.

Katherine no se sorprendió demasiado. Lo había intuido desde la primera vez que los vio, sus padres eran personas muy fáciles de leer. Tal vez por eso mismo sabía que eran sus padres. Debía de haberlos conocido de antes.

Genial… descubrir presentimientos que jamás sería capaz de comprobar. Eso era algo que la molestaba sobremanera.

Pero esto ocurría cada vez menos a menudo. A pesar de que su amnesia no parecía querer hacer algún amago de retroceder, estaba haciéndole caso omiso. Le importaba menos a medida que iban pasando los días, por lo que probablemente dejaría de molestarse por eso en un par de meses a lo sumo. Katherine intuía esto… y se alegraba.

Haría más fácil hacer lo que su tío le había dicho. Con el tiempo sus primos dejarían de hacerle preguntas sobre el tema. Katherine ya se estaba cansando de tener que repetirles la misma excusa una y otra vez, revivir unos recuerdos que sabía que no había tenido, por mucho que su tío dijese que había sido así.

Porque Katherine, a pesar de ser tan pequeña, sabía que reconocería sus recuerdos al punto si se dignaban a aparecer, lo cual no era el caso, por supuesto.

-Quiero un perrito.-les dijo Bonnie un día a sus padres.

La madre rodó los ojos.

-¿Otra vez? Nos has pedido miles de veces un perrito.

-Tres años, más concretamente.-Bonnie miró con ojillos de cordero a sus padres, que estaban en el salón, habiendo estado charlando un poco desde hacía rato. Ambos se miraron y sonrieron un poco.

-Bueno, podemos pensárnoslo ahora que está aquí Katherine. ¿Te gustan los perros, hija?-dijo su padre mirándola.

Katherine se encogió de hombros. No sabía si le gustaría o no tener mascota, aunque a ella le gustaban más los gatos, tal como había podido comprobar al haber cogido uno en brazos el otro día. Pero no quiso disgustar a Bonnie.

-Creo que… ¡sí, a mí también me encantaría tener una mascota! Podría ayudar a Bonnie a cuidarla, y estoy segura de que nos ayudarían los demás.-Bianca, que acababa de entrar en la sala, asintió, dando un saltito de alegría. Cogió a Katherine de las manos y se puso a dar vueltas con ellas, con las mejillas coloradas como siempre. El resultado de comer más fruta que los demás y pasarse el día al sol.

Al cabo de un rato de discutir el tema entre ellos, los padres asintieron.

-De acuerdo, la semana que viene iremos a por un perrito.-dijo la madre. Las tres niñas chillaron de alegría y se abrazaron las unas a las otras, lo que hizo que William entrase, poniéndose las manos en las orejas.

-¿Qué es este alboroto? ¡Ah, niñas alborotadas! ¡Por un momento creí escuchar gaviotas en la casa!

Esto le valió un codazo por parte de Bonnie, pero las risas de alegría continuaron. Luego entró Peter, que había visto el codazo y se unió a las risas también.

Los padres se miraron y sonrieron, para luego mirar a los niños y encogerse de hombros. ¡Ay, estos críos, que siempre se alegraban por cualquier cosa! Y sobre todo por un animal…

A Bonnie le encantaban los animales. Siempre acababa rescatando a todo animal herido que se encontrase, rasgo que Katherine descubrió que compartía con ella, al menos en parte.

Peter, cada vez que las veía hacer eso (lo cual ocurría con frecuencia) movía la cabeza de un lado para otro y decía:

-¡Qué sentimentales sois!

Y ellas, tanto Bonnie como Katherine, se echaban a reír, sobre todo si en aquel momento tenían a la criatura en cuestión en brazos.

Los días siguientes transcurrieron iguales, de aquella guisa. Pero había algo que Katherine no olvidaría durante el resto de su vida, a pesar de todo lo que le pasó. Fue su primer viaje en bote.

La familia tenía varios botes que estaban anclados junto a los de los pescadores. El padre de Katherine y de Bonnie pagaba a uno para que de vez en cuando le trajese algo de pescado. Siempre era bueno por si algún día había nieve y se quedaban atrapados, así tendrían reservas de sobra.

Pero Bonnie tenía uno para ella solita. El viaje en bote que la niña prometió fue pospuesto durante bastantes días debido a los incesantes movimientos de las olas, que a pesar de ser verano recibían de vez en cuando una brisa considerable, y no era seguro navegar en esa situación para una chica de su edad. Aun así Katherine espero con ilusión a que llegase el día en el que pudiesen hacer el viaje prometido.

Y ese día llegó.

-¿Seguro que no nos dejamos nada?-preguntó Katherine por enésima vez mientras correteaba alrededor del bote. Bianca y William ya estaba dentro, pero Peter estaba metiendo dentro algunas de las provisiones que tenían que llevarse por si había alguna emergencia. Bonnie estaba empujando ya el bote al agua, casi tan impaciente como su hermana.

-¡Que no, Kitty, que no nos hemos dejado nada!-canturreó William.

-¡No me llames Kitty!-chilló Katherine con indignación. Pero luego salpicó un poco a William y se las arregló para darle una sorpresa al muchacho. Ella no se dejaba pillar tan fácilmente por las bromas de su primo.

Bonnie rodó los ojos y vio como Peter se subía al bote. El chico le dio para mano para ayudarla a subir y luego aupó a Katherine para que la niña pudiese montarse también. No había podido subir sola incluso de haber sabido remar, era bastante pequeña todavía, demasiado bajita como para alcanzar siquiera la popa del bote, por lo que probablemente subir habría sido todo un reto para ella.

Cuando al fin estuvieron todos en el bote Bonnie cogió los remos y se dispuso a arrastrar el bote a alta mar.

Remaba bastante bien, incluso algo más rápido que algunos de los pescadores o muchachos que iban por las noches allí como… diversión. Por lo menos eso es lo que intuía Katherine cuando les veía y oía reírse. Aunque tampoco podía ver demasiado desde la ventana de su habitación por la noche.

Y Bonnie parecía ser, sin duda, la que mejor se lo pasaba en el mar, ya fuese remando o nadando. Se le encendían chiribitas en los ojos, parecía muy feliz allí, como si fuese su segundo hogar. Parecía hasta más cómoda allí que en tierra.

Decidió que para ella tampoco estaba mal. ¡Había una vista tan bonita desde allí! Estar parados en medio del océano, viendo de lejos la orilla y las islas de alrededor era algo encantador, sobre todo porque se podían ver algunos peces nadando alrededor.

-¿Hacéis esto muy a menudo?

-Cada vez que podemos.-respondió Bonnie-aunque también nos paramos a menudo en alguna de las islitas de alrededor.

-No son islas, son rocas con arena-replicó Peter, levantándose y mirando a su alrededor. Oteaba el horizonte como si fuese un pirata.

-¡Pues para mí son islas, que quieres que te diga!-replicó Bonnie, aún alegre.-No va nadie a ellas, ni siquiera los pescadores, por lo tanto son nuestras, podemos hacer allí lo que nos venga en gana.

-¿Y por qué no va nadie?-preguntó Katherine, sorprendida. Había estado mirando las pequeñas islitas maravillada, subiéndose incluso por la espalda de Peter para verlo desde más arriba. Katherine era muy pequeñita para su edad, por lo tanto Peter no sintió apenas el peso de la niña. La aupó hasta sus hombros para que pudiese ver mejor aquellas islitas.

Pero, tal como Peter había dicho, no eran islitas, casi todas eran rocas que tenían arena y algo de vegetación que había madurado lo bastante como para convertirse en algo parecido a una isla. Tenían muchos sitios peligrosos.

Todas estaban repartidas como los pequeños trozos de un puzzle o de una roca rota. Es más, en realidad eran eso, una enorme roca rota. En el pueblo se contaba una pequeña leyenda que decía que un barco había chocado con la roca hace un par de siglos y la había roto, haciendo que se expandiese poco a poco hasta quedarse tal como estaba en la actualidad. Y decían además que en el barco había fantasmas.

Pero claro, eso era algo que no se había podido comprobar nunca.

-Porque dicen que rondan fantasmas por allí.-dijo Bianca, temblando un poco de miedo al recordarlo. William miró a su hermana fijamente, sin decir nada, por lo que Katherine dedujo que, a pesar de no querer admitirlo, sentía el mismo miedo.

-¡Eso son leyendas!-replicó Peter tajantemente.-Seguramente ocurrirán fenómenos físicos peligrosos en las rocas, cuentan eso para asustar a los niños. Eso es lo que dijo el tío.

-¿Y también rondan hombres lobo? ¿Y hadas que cuando caen la noche se convierten en gatos blancos…o en brujas malvadas que se dedican a cocinar pociones y a planear su conquista del mundo antes de que las quememos?-canturreó Katherine mientras se apoyaba en el borde del barco y comenzaba a meter las manos en el agua fresca, llevándosela de vez en cuando a la cara. Era algo bastante agradable.

-¡Sí, ya, y vampiros también, ya que estamos!-exclamó Bonnie rodando los ojos y salpicando a su hermana .-¿Aún lees esos cuentos?

-Sí, pero lo que he dicho me lo he inventado.

-No, niña, no te lo has inventado.-replicó Bonnie mientras William soltaba una risita. Katherine estaba muy graciosa de esa guisa.

-Sí que me lo he inventado. Las hadas, las brujas y los fantasmas son otras personas, no las de los cuentos. Ésos siguen con sus vidas en sus historias. En otra dimensión a la que no nos dejan entrar.

-¿Y éstos en qué historia están?-le preguntó Bianca olvidando el miedo que había sentido al recordar las historias de miedo.

-No sé, ya te lo diré algún día, me han dicho que no puedo contarte nada a ti.-Katherine se encogió de hombros y metió los codos en el agua, con la intención de tocar algún pez si era posible. William, tan distraído como ella, hizo lo mismo.

-Mira, niña, así se pesca-cogió un pez pequeño y lo cogió con habilidad, enseñándoselo.

Katherine le dio un besito al pez en la cabeza y le dio un palmetazo en la mano a su primo, con la intención de que soltase el pez. William lo soltó, pero le dio un rápido tirón de pelo a Katherine.

-Tienes la fuerza de un gatito pequeño.

-¡Miau…marramiau…!-Katherine fingió maullar y alzó una garra frente a la cara de su primo, divertida. Bonnie se echó a reír y siguió remando, para que pudiesen dar una vuelta alrededor de las islas.

La más grande de ellas parecía tener un enorme bosque y varias cuevas. Y muchos animalitos pequeños. Sobre todo cuervos. Algunos cuervos eran bastante raros...eran de color blanco.

-¿Se puede saber qué demonios hacen los cuervos ahí durante el día?-preguntó William ceñudo. Muchos de ellos picoteaban las manzanas que había en los árboles.

-¿Quién cuida los árboles?-le preguntó Katherine a los demás.

Ellos se encogieron de hombros.

-No hace falta.-le respondió Bianca.-En invierno y en otoño llueve bastante, por lo que tienen alimento de sobra para dar y regalar. Además los árboles no se cuidan. Aunque claro, no he visto nunca ningún otro lugar dónde los cuervos sean blancos...-dijo pensativa.

-¿Qué pasaría si lloviese ahora mismo?-no pudo evitar preguntar Katherine.

-Pues que nos convertiríamos en náufragos y que tendríamos que empezar a vivir como Robinson Crusoe.-Peter parecía casi entusiasmado con la idea.-Un día tenemos que irnos a vivir unos días a aquella roca grande. ¡O a las de alrededor, me da igual!

-¿Quién es?-le preguntó Katherine.

-Te han comprado el libro, así que es mejor que lo sepas cuando lo leas.-le respondió Peter, pensativo.

Se pasaron el resto del día por allí navegando, aunque hicieron paradas en tres de las islas. Se podía correr y jugar por ellas perfectamente, aunque el tacto del suelo era un poco resbaladizo, y si alguno de ellos se caía podría hacerse bastante daño. Katherine tuvo que ser agarrada por Peter o por William para no caerse al suelo, lo cual ocurrió en bastantes ocasiones.

También cogieron flores. Sobre todo prímulas. A Katherine le colocaron una en el pelo, pero a la niña no le gustaban esas flores. No contrastaban lo suficiente con su cabello negro, aunque quedaban bastante mejor en el de Bonnie.

Había una única cosa que a Katherine no le gustó de aquel viajecito en bote. En una de las "islas" las rocas se alzaban enormes y traicioneras, pero extrañamente bellas. La niña se fijó en que eran lo bastante grandes como para ocultar algo… fuera lo que fuese.

Se estremeció cuando oyó un débil canto en su cabeza. Era justo lo que ella se imaginaba del canto de las sirenas, y no le gustaba nada. No era muy difícil imaginarse a las sirenas en algún rincón de aquellas rocas peinándose y cantando. A la niña no le gustaban las sirenas, eran las únicas criaturas fantásticas que no le gustaban, aunque no sabía muy bien el por qué. A Bonnie y a Bianca les parecían entrañables, pero ella las veía como a los demonios de los cuentos.

Atraían con su canto a los marineros, se mostraban dulces y amables con ellos, prometiéndoles amor eterno y todo lo que fuese a cambio de que hiciesen cualquier tontería por ellas, y eso si no estaban hambrientas. Y luego, finalmente, les mataban. Y se los comían, según los libros que había leído¿Qué sentido tenía eso? El hechizo de una sirena parecía algo espantoso y horrible, algo demasiado "maléfico" para su gusto.



¡Menos mal que no existían!

Pero casi se sintió triste cuando vio que el cielo comenzaba a anaranjarse. Pronto sería la hora del crepúsculo.

Cuando emprendieron el camino de regreso Bonnie comenzó a cantar una canción de marineros. Una canción de marineros que había sido inventada por ella misma, por lo que era bastante incomprensible.

-¡Los tíos se van a enfadar cómo sepan que hemos estado tanto tiempo en las islas!-dijo Bianca mientras le tapaba las orejas a Bonnie.

-No deben de saber que hemos estado siquiera en una de las islas, da igual lo segura que sea.

-Peter…-comenzó a decir Katherine, pensativa.

-¿Qué pasa?

-Verás, es qué…

Pero la niña no logró jamás terminar su frase. Estaba apoyada en el borde del barco, que de repente tuvo un movimiento involuntario… que la tiró al agua.

La niña chilló mientras los demás se apresuraban a rescatarla. Tuvieron que aunar Peter y William sus esfuerzos para agarrar las manitas de la niña y subirla de nuevo a la barca, mientras tosía y escupía agua.

-¿Se puede saber qué ha pasado? ¿Te has apoyado demasiado en el borde?-Bianca la miró con preocupación mientras le revolvía el pelo para así secárselo. Menos mal que la ropa que habían traído estaba mojada ya de primera hora. Las ropas de todos se mojaron cuando una ola las cogió en un despiste de los chicos poco antes del mediodía. Por lo que no se metería en ningún lío.

-No lo sé…-en realidad Katherine estaba segura de que no se había apoyado en el borde o nada por el estilo, incluso que estaba más alejada de la cuenta, pero de todos modos tuvo que admitirse a sí misma que probablemente había hecho algún movimiento involuntario… nadie, absolutamente nadie, la había empujado al agua. De todos modos ni siquiera estaba enfadada.

-¡Al final tendremos que darte clases!-exclamó Bonnie, fingiendo algo de exasperación.

-¿Clases de qué?

-De cómo no ser tan torpe. Jamás me lo habría imaginado, pero eres la primera persona que conozco más torpe que Bianca… ¡y eso que eres mi hermana! Ironías de la vida...¡ironías de la vida!

Katherine iba a replicarle algo a su hermana cuando entonces… oyeron algo de música. Se acercaban a la orilla y oyeron algo de música, ¡y eso que aún estaban lejos!. Y varias figuras en la playa… parecía que se estuviese celebrando algo. Y con mucha fastuosidad. Todos y cada uno de ellos se quedaron mirando a la orilla, sorprendidos. Bonnie incluso dejó de remar.

Pero luego salió de su distracción y se apresuró a remar a la orilla, dándole un codazo a Peter, aunque en realidad había reaccionado solamente para ver lo que pasaba.

Se bajaron rápidamente del bote, casi y corrieron junto a los causantes de aquel alboroto. Unos cuantos jóvenes del pueblo estaban charlando animadamente, aunque también había varios niños y un anciano que parecía estar feliz. O más bien orgulloso. La música provenía de varias personas que tocaban lo que parecía un clavicordio portátil, armónicas y un violín algo agstado por el uso. La combinación era extraña, y de algún modo sublime.Sobre todo triunfante.

Peter se acercó a uno de los ancianos, que era el que estaba más cerca, y le preguntó con educación que estaban celebrando.

-Estamos celebrando que nos acaban de celebrar unos rumores bastante interesantes.-lo dijo en un tono extraño...como si estuviese mintiendo. Pero se podía notar la alegría de su voz. Llevaba unas prendas de pescador que se veían a menudo en el pueblo, pero limpias e impecables, como recién estrenadas. Con ese tono de voz el anciano parecía rejuvenecido.

-¿Puede decirme usted qué rumores son?-preguntó Peter con la misma educación de antes.

-No puedo contártelo todo, pareces demasiado joven para entenderlo, al igual que tus amigos, pero dicen que ha renacido un viejo movimiento que llevaba años muerto. Han dado un golpe bastante fuerte, ¡cómo los valientes!-el tono en el que hablaba denotaba un orgullo increíble, como el amor que sienten la mayoría de los patriotas, pero Peter tenía la sensación de que aquel anciano no tenía ni la menor idea de lo que había pasado de verdad. No se había enterado de nada. Parecía tan alegre que casi ni le salían las palabras.¡A saber por qué sería!

¡En fin!Tal vez estuviese desvariando.

Así que, educadamente, le dio las gracias, pero luego se las arregló para preguntarle a alguno de los jóvenes, que tampoco parecía muy seguro de lo que había pasado, pero que le dio más información que el anciano.

-Dicen que las cosas irán mejor a partir de ahora. Han logrado ahogar un problema que se nos venía encima, por lo que estoy seguro de que han evitado otra guerra. Otra guerra. Como si empezara otra vez la Segunda Guerra Mundial. Al menos eso es lo que dicen-el joven inspiró y espiró profundamente antes de seguir-¿Te imaginas? Han hecho un gran trabajo, manejan muy bien sus posibilidades. Son unos estrategas estupendos.

Peter no estaba muy seguro de lo que le acababan de decir, así que indagó un poco más. Discretamente, le preguntó a otro de los jóvenes, mientras los demás le seguían, más discretos todavía.

-Los chicos del señor Di Vaarsen han sido muy valientes. Nadie sabe exactamente lo que ha pasado pero se rumorea que han superado una gran crisis. Andan por ahí con aires de victoria, pero se rumorea que han mejorado bastante, que son ahora más notables que antes. Es para celebrarlo, aunque a todos nos gustaría haber visto o saber cómo fue exactamente. Deberías preguntarle al señor Di Vaarsen o al señor Dioterello. Creo que el segundo te lo contaría encantado-el joven parecía más seguro, e incluso casi tan orgulloso como el anciano. Pero al menos no parecían trabársee las palabras. Este joven en concreto llevaba unas prendas elegantes, que se veían en la ciudad pero que en su cuerpo parecían darle un toque...aristocrático.

Peter sintió la suficiente confianza como para decirle al joven la poca información que había sacado. El joven se encogió de hombros y negó con la cabeza.

-Aquí nadie sabe nada más, así que no creo que logres averiguar nada más por aquí. Pero de alguna forma se siente, ¿sabes? Lo entenderás mejor dentro de un par de años.

Peter le dio las gracias al joven y regresó con los demás, relatándoles la poca información que había sido capaz de sacar.

-¿Quién es el señor Di Vaarsen?-preguntó William. Peter se encogió de hombros, pero Bianca soltó una exclamación y dijo:

-Creo que es un viejo amigo de papá, le he oído varias veces hablar de él. No es un señor muy famoso, pero parece que es todo un hombre de negocios. Bastante fiero, según palabras de papá. No parece que le caiga muy bien.

-¿Y tú cuando demonios has oído eso?-le preguntó Peter.

-No sé, creo que hará un par de meses.-dijo Bianca, aún no muy segura de aquella información.

-¿Por qué no le preguntamos?-saltó Katherine, con la esperanza de que aquello hiciese vacilar a su tío respecto a la información que claramente se estaba guardando. Aún estaba dispuesta a aprovechar cualquier oportunidad.Bianca negó con la cabeza.

-No creo que sea buena idea. No habló muy bien de él.

La niña no lo había dicho todo. Más que hablar mal de él, su padre había puesto una expresión muy rara, como de rabia o de crispación, que de todos modos casi era graciosa.

-Esperemos un par de días, tal vez se entere él mismo de lo que ha pasado aquí y se le escape algo. Vendrá dentro de una semana.

-¡Eso es mucho!-se quejó Katherine.

-Ahora dirás eso.-replicó William apoyando una mano en el hombro de la niña-pero luego te darás cuenta de que las semanas pasan cada vez más rápido, hasta que finalmente se convierten en segundos… y en el momento de regresar a clases. Así es el verano, ¡así es el verano!-terminó lamentándose de forma teatral. Iba a decir algo más, pero fue interrumpido por un niño del pueblo que había venido corriendo hacia ellos.

Bueno… parecía ser del pueblo por las pintorescas ropas que llevaba, pero había algo que le distinguía de los demás… en sus ojos había una expresión expectante e inteligente, traviesa y su cabello rubio parecía estar bien peinado (algo que ya le diferenciaba bastante del resto de los niños del pueblo). Parecía alegrarse mucho de verles.

Pero sobre todo había en él cierta sofisticación que no había en el resto de los niños del pueblo. Quizás fuera el hijo o el nieto de alguno de los adultos que había allí, o de las pocas mujeres que se hallaban bailando, con vestidos largos y de colores deslumbrantes que volaban cuando daban vueltas, como si fueran los vestidos de una gitana. Aunque éstas eran mil veces más elegantes.

-¿Queréis uniros a la celebración?-les preguntó con una sonrisa amable, pero expectante. Les miraba con curiosidad, como si viesen algo más interesante de lo que habían visto anteriormente en el pueblo. Como si se alegrasen de verles. ¿Por qué sería?

Peter negó con la cabeza.

-Gracias, chaval, pero nosotros tenemos que regresar a casa. Se hace tarde.

-Bah, por fa, sólo un ratito… será más divertido. ¿No queréis probar esto?-sacó unas frambuesas recién cogidas, ofreciéndoselas.A Bonnie se le hizo la boca agua, y a Peter también, que dijo, ahora con bastante vacilación.

-Nos encantaría, pero nos reñirán si llegamos tarde. Nos hemos pasado todo el día fuera.

Otros niños se acercaron y se pusieron detrás del primero. En todos ellos brillaba la misma sofisticación y la misma curiosidad insatisfecha. Los chicos tuvieron la sensación de que esas criaturas no eran del pueblo. De que venían de un lugar mucho más refinado, a pesar de que ellos mismos eran refinados comparados con los otros niños del pueblo. Y entonces sonó la música. Una nueva vanción.

Era como un sonido de tambor, vibrante y sorprendente. Los chicos dieron un respingo de sorpresa. No tardó en oírse el sonido de una flauta y un dulce canto. Parecía una canción de victoria, algo mucho mejor que lo anterior.

Pero… ¿qué victoria se estaría celebrando? Aquello era sin duda un auténtico misterio. Un misterio fascinante.

Y las frambuesas parecían deliciosas, y no solamente a Bonnie y a Peter, que adoraban esa fruta, sino también a los demás. Aquella fiestecita se estaba convirtiendo en una tentación irresistible. Y finalmente terminaron por dejarse llevar por la tentación. La música era demasiado deliciosa, la tentación demasiado poderosa...¿cómo resistirse a todo aquello? A unirse a aquellos niños, a aquella fiesta.

Primero fue Bonnie la que cayó, arrastrando a Bianca de la mano. Después les siguió Peter, y William, que tuvo que llevar a Katherine de la mano, pues aún parecía algo vacilante.Pero la verdad es que ella no sabía el por qué. No veía motivo alguno para sentirse así.

Comieron frambuesas y estuvieron jugando y bailando con aquellos niños, como si formasen de verdad parte de aquella comitiva, olvidando por completo que tenían que regresar a casa antes del anochecer.

Pero claro, para cuando recordaron que tenían que regresar ya era de noche, una noche oscura, en la que se había unido más gente, el ambiente estaba más animado. Peter se alarmó y prácticamente casi arrastró hacia los demás de vuelta a casa.

Aun así siguieron oyendo la música mientras corrían apresurados de vuelta a casa. Y la seguirían oyendo durante muchísimo rato, incluso en sus sueños, pudiendo ser perfectamente parte de sus sueños.O de sus pesadillas.

Recibieron una buena bronca, por supuesto, pero no una demasiado grande, pues para su sorpresa no habían llegado demasiado tarde. Y el atracón de frambuesas no les había quitado el apetito… ¡claro que no!Ni siquiera a Peter, que era el que más había comido.Todos se quedaron dormidos muy pronto aquella noche. Estaban muy cansados por el ajetreado día que habían pasado.

Pero Katherine fue la que más tardó en dormirse. Desde su ventana se oía mejor la música de celebración, y aunque aquello no le impidió dormirse, sí que llegó a inquietarle un poco en el fondo.

Incluso en sus sueños…

Bueno, más concretamente en su sueño. Katherine tuvo aquella noche, desde que podía recordar, su primer sueño.

No era un sueño especialmente inquietante, ni siquiera podía llamársele aún pesadilla, pero era algo extraño. Aunque ella no lo llamaría así hasta dentro de mucho tiempo, cuando al fin tuviese más sueños.

En ese sueño volvía a ver el paisaje que había visto pasar por el tren, aquel que no había conseguido ver apenas, ni siquiera bajo la luz del día, por culpa de la velocidad.

Pero ésta vez no estaba viéndolo desde el tren. Estaba dentro de aquella vegetación, atrapada en un bosque interminable que se veía todo difuso y borroso, al igual que aquellas sombras, lo cual ya era de por sí bastante decepcionante… ¿es que acaso no iba a poder ver ni siquiera en sueños lo que había sido incapaz de ver despierta? ¡No era justo!

Katherine corría por aquel lugar tratando de encontrar una salida, o simplemente algún lugar en el que pudiesen darle información. O encontrar su casa. No tenía miedo pero sentía una curiosidad insatisfecha que le latía como el hambre. Y entonces, cuando se hizo de noche, comenzó a sentir miedo. Porque no encontraba la salida ni algún lugar conocido, absolutamente nada. Y eso no le gustaba a ella nada, ya era demasiado. Y además...no venía nada.

Así que gritó pidiendo auxilio.

El grito no fue escuchado, pero a ella le invadió la oscuridad, y se despertó, olvidando por completo aquel extraño sueño. Katherine recordaba haber soñado algo pero no aquel sueño, que regresaría más tarde…

Henry tenía muchas cosas en las que pensar. Muchos negocios que hacer. Y no todos esos negocios eran precisamente agradables.

La ciudad era el lugar en el que le habían citado una y otra vez para todos y cada uno de sus negocios, incluso los comerciales. Henry odiaba con toda su alma los tratos comerciales. Le aburrían demasiado.

Pero aquello era muy distinto.

Cuando se bajó del coche y llamó a la puerta de aquel despacho sintió unas ganas tremendas de regresar a casa y de alegar alguna enfermedad. Lo que fuese con tal de no tener que ver a aquellos hombres.

Pero, desgraciadamente, aquello era algo de lo que no podía huir.

No tuvo que esperar mucho para que le abriesen la puerta. Allí le esperaba un hombre trajeado de cabello negro, barba de judío algo más corta de la cuenta y mirada fría pero extrañamente amigable. "El señor Dioterello" pensó Henry.

El hombre se levantó y le estrechó la mano.

-Es un placer verte por aquí hoy, Henry.

-Lo mismo, digo. Supongo.-le respondió secamente Henry, estrechándole la mano y sin arrepentirse de haber dejado escapar lo último que había dicho. Sabía que al señor Dioterello no le importaría. Es más, le importaba un carajo como se sintiera o si le caía bien o mal, lo único que le importaba a ambos era el pequeño negocio, o más bien trato, que se traían entre manos.

-No, no lo sé. Se supone que yo no sé lo que piensas, Henry.-le respondió el hombre, que parecía divertido.

-Bueno… ¿tienes los papeles?

-Sí. Aquí están. Estos papeles te desvincularán de este turbio asunto. Nadie sabrá que estuviste en la ciudad, ni tú ni la niña. Si alguien se atreve a investigar o le pregunta algo, no tiene más que enseñar estos papeles. Entonces le dejarán en paz y no le molestarán más. Puede considerarse libre de todo este asunto, por lo menos en lo que se refiere a asuntos "legales"-el hombre se ajustó la corbata y sonrió con cierta picardía. Y vanidad.

Henry le cogió los papeles y los examinó atentamente, con ojo frío y calculador. Al cabo de unos minutos suspiró aliviado. Estaba al parecer todo en orden, no había nada de lo que preocuparse.

Se guardó rápidamente los papeles en su maletín, deseando llegar a casa para esconderlos bien guardaditos en su despacho.

-Perfecto. Aquí tienes el dinero.-sacó un buen fajo de billetes y se los puso en la mano al hombre, que se guardó el dinero y se echó a reír.

-Soborno, querrás decir. No me habría molestado en hacerte este favor si no hubiese sido por eso. Pero aun así ha sido un placer hacer negocios contigo, viejo lobo.-se sentó de nuevo en su silla, alejándose de Henry, y ladeando la cabeza, abriendo un pequeño cajón debajo de su mesa en el que guardó el dinero y rebuscó en busca de algo que Henry no pudo ver, por suerte para él. Henry casi sintió ganas de soltar un comentario sarcástico. El humor de Henry contrastaba con el del señor Dioterello…bastante.

El señor Dioterello parecía estar de tan buen humor que daba la sensación de que le llamaría amigo a cualquier individuo sin estar siquiera un poquito borracho, lo cual, en el caso de aquel hombre, sí que era estar de muy buen humor.

-Lo mismo digo, supongo.-Y esto casi lo decía de corazón, a pesar de que el señor Sanders le caía fatal. El hombre le había hecho un gran favor, y eso se lo agradecía de veras.

-Por cierto…tengo una pequeña pregunta. ¿Siguen extendiéndose esos molestos rumores?-dijo Henry al cabo de un rato, tras un silencio que más que incómodo era inevitable, ya que de todos modos a ninguno de los dos le importaba, sobre todo al señor Sanders

El hombre asintió, sonriendo ampliamente, levantándose y cogiendo a Henry del brazo. Le arrastró hacia la ventana mientras le iba diciendo:

-Más que nunca, Henry, más que nunca… nadie sabrá nunca lo que ha pasado de verdad, excepto nuestros chicos, por supuesto, nuestros pequeños "alborotadores". Ellos están ahora mismo disfrutando de su victoria sobre este pequeño asunto, ¿sabe usted? Andan de muy buen humor, están aprovechando el tiempo la mar de bien, eso se lo puedo asegurar, mi viejo amigo, completamente.... Y las celebraciones siguen aún, incluso por parte de aquellos que no saben ni sabrán nada, que son la mayoría… lo cual me parece sencillamente fascinante, ¿Sabe?…mírelo bien, Henry, mírelo bien.-el tono de voz del señor Dioterello era bastante animado, como si estuviese hablando de un hecho agradable, de algo bueno que había sucedido hacía poco tiempo.

Tal como había ocurrido con algunos.

Henry miró por la ventana tal como le decían. Y no pudo evitar sonreír con cierta tristeza.

Katherine se acostumbró muy pronto a la vida de aquel lugar, sobre todo porque no representaba precisamente un cambio brusco en su vida. No había nada que echase de menos porque prácticamente no recordaba nada, así que no había tenido antes ningún otro estilo de vida. Lo único que debía hacer era acostumbrarse. La niña fue muy feliz allí cuando finalmente lo logró. No conocía otra cosa. Su vida había empezado prácticamente allí.

Era verano, por lo que ella y sus primos se pasaban casi todo el día fuera de casa, entrando solamente para dormir, comer y hablar un poco con los adultos, que también salían a menudo, sobre todo la madre y el tío, aún arreglando algunos "asuntos pendientes". La madre solía ir al mercado o a casa de alguna amiga. El tío solía pasarse a menudo por la ciudad. Demasiado según el criterio de Katherine. Y su padre solía trabajar en casa o en la ciudad durante dos días a la semana.

La niña descubrió además que aquel lugar tenía muchos lugares interesantes. Más allá del pueblo y de las casas alejadas en las que vivían había una zona entera de vegetación en la que podías perderte durante horas, algo distinto y más profundo de lo que había visto en el camino. Era un sitio alejado del bosque, que no era precisamente un bosque...era un sitio lleno de vida, simplemente.Era fácil perderse tanto en el pequeño bosque como en el alcantilado que había por allí cerca. Los niños le enseñaron a trepar por allí y a deslizarse por las ramas, al igual que le enseñaron las innumerables cuevas que había, en las que podías meterte y jugar a cualquier cosa, a pesar de que en la mayoría de esas cuevas la oscuridad era casi absoluta. Había infinidad de sitios interesantes dónde podías meterte, miles de juegos a los que podías jugar allí. Y a pescar.

Se suponía que los adultos les habían prohibido escalar aquellos alcantilados, y ya no digamos llegar a la cima, pero hasta Peter, que era muy responsable, estaba de acuerdo en trasgredir esa norma. No había nada malo en ello siempre y cuando pudiese pasar cuando él se subía hasta cierto punto y ataba una cuerda para los demás. Cuando llegaban a ese punto el chico repetía el proceso y así sucesivamente. A Peter aquel le parecía un método tan seguro que incluso permitió que Katherine lo hiciera, cosa que a la pequeña le entusiasmaba.

Sobre todo porque podía deslizarse por el aire cuando tenía la cuerda por la cintura, y así hacía ver como que estaba volando, aunque a veces se deslizaba de forma demasiado peligrosa. Chillaba como una gaviota y estiraba los brazos.

¡Pero es que las vistas eran tan magníficas desde allí! El mar era inmenso, y parecía no acabarse jamás… además, ¡era tan bello! A Katherine la belleza de aquello no se le escapaba, a veces hasta sentía deseos de cantar. Y se quedaba embobada así, admirando aquellas vistas,cantando, hasta que Peter rodaba los ojos, reía, y tiraba de la cuerda para que la niña saliese de su distracción y subiera de una buena vez.

-¡A este paso saldrás volando, niña!-le decían. Siempre había alguno que acababa diciéndole eso.

En la cima había muchas cosas interesantes. No se adentraron demasiado por aquellos días, nunca lo habían hecho, pero lo que veían resultaba bastante interesante. Allí había muchas rocas y algunos animalitos extraños cuyo nombre no conocía ninguno, si quitamos por supuesto a los petirrojos y a las ardillas, que tenían colores tan vivos como las flores. Quizás también el de algún águila o incluso algún conejo, pero nada más. Más adelante había otro bosque, más alto y más espeso que el anterior, pero por el ruido que salía de allí daba la sensación de que era un bosque muy pequeño. Incluso por el día parecía oscuro,muy oscuro, con una vegetación tan tupida que parecía recién salido de un cuento de terror, era imposible saber lo que habría allí.

Pero ninguno de ellos se había atrevido nunca a meterse por allí, aunque Katherine aún no entendía muy bien el por qué. Los niños le decían que no era seguro, que allí sucedían cosas extrañas,les habían contado muchas historias espeluznantes, pero que probablemente cogerían el valor necesario para meterse por allí algún día, solamente para poder comprobar si allí había algo interesante y peligroso de verdad. Y porque estaba prohibido, por supuesto.

-¿Quién sabe lo que habrá allí? Podría haber hasta duendes-decía William de vez en cuando.

Aquel día Katherine decidió tomar como nota mental el propósito de convencer a sus primos y a su hermana de que se adentrasen pronto allí. Aunque quizás lo hiciese ella misma algún día.

No conocía el miedo, y tampoco lo peligroso. En aquellos primeros días no tenía ni idea de lo que era el peligro, nadie le había hablado de ello, por lo tanto no sabía que uno podía hacerse daño…de verdad. Eso era algo de lo que no le habían hablado nunca, algo que no había tenido tiempo de conocer, ni siquiera de leer o de ver, ni mucho menos de sufrir, por lo tanto estaba segura de poder hacer esa pequeña excursión algún día.

Aunque eso sí… siempre acababan pasándose por la cabaña que había por allí cerca, al subir el enorme alcantilado, la de un viejo pescador que les contaba de vez en cuando cuentos de cuando él era un chavalín, de tiempos pasados. Algunos se los inventaba, otros no, pero eso era algo que se podía ver nada más escuchar las primeras palabras de su historia. Por suerte, las historias más interesantes que contaban eran las que le habían ocurrido de verdad. Eso es lo que los niños creyeron durante bastantes años. Esos cuentos de terror que les impedían meterse en sitios peligrosos. O desear aún más ir a por ellos.

Aparte de meterse por aquellas zonas también probaban con otras cosas. Estuvieron en la playa gran parte del tiempo, tanto bañándose como persiguiéndose por la orilla. En el casi de Katherine así era. Nadar se le daba fatal, aprender a hacerlo le costaba muchísimo, por lo que a menudo chapoteaba cerca de la orilla, con una pelota. A no ser que su hermana o su primo menor la arrastrasen al agua para hacerle alguna que otra ahogadilla, o a obligarla a que aprendiese más rápido. Era muy agradable bañarse en aquellas aguas más azules aún que el cielo, tan cristalinas y tan deliciosas. Pero no era agradable nadar.

-¡Yo no soy un pez!-chillaba la niña cada vez que la obligaban, salpicando con energía a Bonnie o intentando saltar sobre su primo para hacerle a él una buena ahogadilla.

-¡A tu edad deberías saber nadar ya!-le respondía Bonnie.-Yo aprendí a nadar cuando cumplí los cinco años. Espera… creo que en realidad tenía tres-había cierto matiz de exageración y de vanidad en su voz -¡Aprende de mí, hermanita!

-El pez de agua eres tú, no yo. ¡Nunca aprenderé a nadar!-Katherine sabía que tarde o temprano acabaría aprendiendo… pero más tarde de lo que debería. Por lo menos si la comparábamos con Bonnie, e incluso con Bianca. Katherine estaba segura de que de mayor no se dedicaría precisamente a lo mismo que ella. Tal como decía una y otra vez, ella no era un pez de agua. Nadar no era lo suyo precisamen

Y es que su hermana era un as en el agua, ¡ni siquiera los chicos podían ganarla! Ninguno, ni quiera Peter.

Le gustaba más jugar con la arena y hacer castillos de arena, porque eso se le daba bastante mejor. Tenía un toque artístico que empleaba en sus esmerados castillos de arena, que de todos modos no duraban demasiado en pie.

Peter, en cambio, era un gran nadador también. No nadaba tan deprisa como Bonnie, pero él podía mantenerse bastante tiempo bajo el agua, y sus brazadas eran más fuertes. Además, podía abrir los ojos bajo el agua casi sin esfuerzo lo que, según él, le era bastante de utilidad. Eso siempre y cuando no le picasen los ojos luego.

A William no se le daba mal, pero no le dedicaba mucho tiempo a nadar. Empleaba la mayor parte de su tiempo en el agua para hacer ahogadillas a los demás o para bucear, o incluso flotar.

-¡Bu, bu, tráss, trás, por aquí te pillé!-decía riéndose como un niño pequeño

Bianca, en cambio, era casi tan mala nadadora como Katherine. Nadaba tal como probablemente lo haría ella cuando finalmente aprendiese a nadar, aunque la niña siempre pregonaba que quería mejorar y nadar como Bonnie.

Aun así todos se divertían mucho en la playa. Pero no se pasaban tampoco todo el tiempo allí y en los acantilados. Jugaban a veces en el pueblo, sobre todo a últimas horas de la tarde, cuando había más niños jugando.

Katherine se sorprendía muchas veces al darse cuenta de que los niños del pueblo eran muy distintos a ellos. Iban vestidos con ropas más sencillas, chillaban mucho más y habían veces en las que no se les entendía nada de nada, sobre todo porque de vez en cuando decían alguna que otra palabrota. En esos momentos Bonnie, Peter o William siempre les tapaban las orejas a Bianca y a Katherine, aunque ésta última no entendía muy bien el por qué. ¿Qué tenía de malo?

-¿Pero qué ha dicho?-dijo la primera vez.

-Nada interesante. Nada interesante, así que no les escuches-le dijo Peter aquella vez, meneando la cabeza con mucha rapidez.

Además, iban más sucios. Más sucios incluso que ella cuando se despertó en el tren con su abrigo polvoriento y su vestido viejo y gastado. Pero eso Katherine lo terminó achacando simplemente a la ajetreada vida del pueblo y a sus trabajos, pues los padres iban de un modo casi igual, y encima hablando de la misma forma tosca. Peter se lo explicó así, y Bonnie fruncía el ceño cada vez que eso ocurría.

Pero Katherine seguía sorprendiéndose de vez en cuando, sobre todo al comparar sus propios vestidos con los de las niñas del pueblo. Sus padres y su tío habían hecho un pequeño viajecito a la ciudad para traerle ropa nueva, y habían vuelto cargados de cosas. Así que tenía ahora bastantes vestidos, casi todos verdes, azules, rosas, amarillos o blancos, casi enteramente de esos colores, y siempre eran más bonitos que los de los niños del pueblo. Sobre todo los blancos.

Lo mejor que tenía para Katherine del pueblo era eso, ver su actividad y… los helados. Cada vez que iban al pueblo acababan en la heladería, dónde se zampaban un buen helado de chocolate, fresa o vainilla.

En cuanto a las cosas de Katherine, el armario no era lo único que habían llenado. Le habían comprado algunos libros, casi todos cuentos infantiles agrupados en tomos y otros que le recomendaron que se leyese cuando fuese más mayor. Katherine cogía alguno de esos libros antes de dormir y leía un poco. Descubrió que por suerte sabía leer de corrido. Por suerte leer resultó ser para ella un poco como instinto...algo que no se olvidaba, al igual que montar en bicicleta, aunque tuvo que emplear varios minutos para reconocer las letras y poder leer otra vez.

Aunque se sintió un poco despistada la primera vez que cogió un cuento… era como si, a pesar de saber leer, estuviese acostumbrada a leer en otro idioma.

También le compraron algunas muñecas nuevas, unos cuantos juegos, adornos, e incluso peluches. Dos peluches que la niña terminó dejando esparcidos por la habitación, apareciendo siempre en el sitio más insospechado. No le interesaban mucho el osito y la comadreja, pero eran bonitos para el cuarto, o para abrazarlos un poco cuando se aburría, simplemente para apretujar algo, lo cual no ocurría muy a menudo.

Sus tíos se quedaron unos cuantos días más en la casa, pero luego se marcharon de allí para hacer un viaje que Henry llevaba atrasando desde hacía bastante tiempo. Fue la primera vez que Katherine sintió algo de añoranza, viendo marcharse el coche en el que iba su tío. Era la primera persona a la que había conocido, Henry era su guía principal, a pesar de tener a sus padres. Pero por lo menos se quedaban sus primos. Muy pronto descubriría que ellos tampoco veían muy a menudo a sus padres… al igual que Bonnie ni ella, tal como sabría al final de aquel verano que aún parecía tan largo e interminable.

Fue conociendo bastante rápido a sus padres, en solamente cinco días. Katherine no tardó mucho en saber que su madre era una mujer amable y bondadosa que siempre procuraba que los niños se sintiesen lo mejor posible y que solía ayudar a los demás, y que su padre, a pesar de ser un hombre cariñoso con Bonnie y con ella, aparte de tener buen corazón, era un hombre malhumorado que se pasaba casi todo el día trabajando en su despacho, y que se enfadaba cuando alguno de los niños hacía demasiado ruido. Algo parecido como con gran parte de los hombres que había visto en la ciudad.

Katherine no se sorprendió demasiado. Lo había intuido desde la primera vez que los vio, sus padres eran personas muy fáciles de leer. Tal vez por eso mismo sabía que eran sus padres. Debía de haberlos conocido de antes.

Genial… descubrir presentimientos que jamás sería capaz de comprobar. Eso era algo que la molestaba sobremanera.

Pero esto ocurría cada vez menos a menudo. A pesar de que su amnesia no parecía querer hacer algún amago de retroceder, estaba haciéndole caso omiso. Le importaba menos a medida que iban pasando los días, por lo que probablemente dejaría de molestarse por eso en un par de meses a lo sumo. Katherine intuía esto… y se alegraba.

Haría más fácil hacer lo que su tío le había dicho. Con el tiempo sus primos dejarían de hacerle preguntas sobre el tema. Katherine ya se estaba cansando de tener que repetirles la misma excusa una y otra vez, revivir unos recuerdos que sabía que no había tenido, por mucho que su tío dijese que había sido así.

Porque Katherine, a pesar de ser tan pequeña, sabía que reconocería sus recuerdos al punto si se dignaban a aparecer, lo cual no era el caso, por supuesto.

-Quiero un perrito.-les dijo Bonnie un día a sus padres.

La madre rodó los ojos.

-¿Otra vez? Nos has pedido miles de veces un perrito.

-Tres años, más concretamente.-Bonnie miró con ojillos de cordero a sus padres, que estaban en el salón, habiendo estado charlando un poco desde hacía rato. Ambos se miraron y sonrieron un poco.

-Bueno, podemos pensárnoslo ahora que está aquí Katherine. ¿Te gustan los perros, hija?-dijo su padre mirándola.

Katherine se encogió de hombros. No sabía si le gustaría o no tener mascota, aunque a ella le gustaban más los gatos, tal como había podido comprobar al haber cogido uno en brazos el otro día. Pero no quiso disgustar a Bonnie.

-Creo que… ¡sí, a mí también me encantaría tener una mascota! Podría ayudar a Bonnie a cuidarla, y estoy segura de que nos ayudarían los demás.-Bianca, que acababa de entrar en la sala, asintió, dando un saltito de alegría. Cogió a Katherine de las manos y se puso a dar vueltas con ellas, con las mejillas coloradas como siempre. El resultado de comer más fruta que los demás y pasarse el día al sol.

Al cabo de un rato de discutir el tema entre ellos, los padres asintieron.

-De acuerdo, la semana que viene iremos a por un perrito.-dijo la madre. Las tres niñas chillaron de alegría y se abrazaron las unas a las otras, lo que hizo que William entrase, poniéndose las manos en las orejas.

-¿Qué es este alboroto? ¡Ah, niñas alborotadas! ¡Por un momento creí escuchar gaviotas en la casa!

Esto le valió un codazo por parte de Bonnie, pero las risas de alegría continuaron. Luego entró Peter, que había visto el codazo y se unió a las risas también.

Los padres se miraron y sonrieron, para luego mirar a los niños y encogerse de hombros. ¡Ay, estos críos, que siempre se alegraban por cualquier cosa! Y sobre todo por un animal…

A Bonnie le encantaban los animales. Siempre acababa rescatando a todo animal herido que se encontrase, rasgo que Katherine descubrió que compartía con ella, al menos en parte.

Peter, cada vez que las veía hacer eso (lo cual ocurría con frecuencia) movía la cabeza de un lado para otro y decía:

-¡Qué sentimentales sois!

Y ellas, tanto Bonnie como Katherine, se echaban a reír, sobre todo si en aquel momento tenían a la criatura en cuestión en brazos.

Los días siguientes transcurrieron iguales, de aquella guisa. Pero había algo que Katherine no olvidaría durante el resto de su vida, a pesar de todo lo que le pasó. Fue su primer viaje en bote.

La familia tenía varios botes que estaban anclados junto a los de los pescadores. El padre de Katherine y de Bonnie pagaba a uno para que de vez en cuando le trajese algo de pescado. Siempre era bueno por si algún día había nieve y se quedaban atrapados, así tendrían reservas de sobra.

Pero Bonnie tenía uno para ella solita. El viaje en bote que la niña prometió fue pospuesto durante bastantes días debido a los incesantes movimientos de las olas, que a pesar de ser verano recibían de vez en cuando una brisa considerable, y no era seguro navegar en esa situación para una chica de su edad. Aun así Katherine espero con ilusión a que llegase el día en el que pudiesen hacer el viaje prometido.

Y ese día llegó.

-¿Seguro que no nos dejamos nada?-preguntó Katherine por enésima vez mientras correteaba alrededor del bote. Bianca y William ya estaba dentro, pero Peter estaba metiendo dentro algunas de las provisiones que tenían que llevarse por si había alguna emergencia. Bonnie estaba empujando ya el bote al agua, casi tan impaciente como su hermana.

-¡Que no, Kitty, que no nos hemos dejado nada!-canturreó William.

-¡No me llames Kitty!-chilló Katherine con indignación. Pero luego salpicó un poco a William y se las arregló para darle una sorpresa al muchacho. Ella no se dejaba pillar tan fácilmente por las bromas de su primo.

Bonnie rodó los ojos y vio como Peter se subía al bote. El chico le dio para mano para ayudarla a subir y luego aupó a Katherine para que la niña pudiese montarse también. No había podido subir sola incluso de haber sabido remar, era bastante pequeña todavía, demasiado bajita como para alcanzar siquiera la popa del bote, por lo que probablemente subir habría sido todo un reto para ella.

Cuando al fin estuvieron todos en el bote Bonnie cogió los remos y se dispuso a arrastrar el bote a alta mar.

Remaba bastante bien, incluso algo más rápido que algunos de los pescadores o muchachos que iban por las noches allí como… diversión. Por lo menos eso es lo que intuía Katherine cuando les veía y oía reírse. Aunque tampoco podía ver demasiado desde la ventana de su habitación por la noche.

Y Bonnie parecía ser, sin duda, la que mejor se lo pasaba en el mar, ya fuese remando o nadando. Se le encendían chiribitas en los ojos, parecía muy feliz allí, como si fuese su segundo hogar. Parecía hasta más cómoda allí que en tierra.

Decidió que para ella tampoco estaba mal. ¡Había una vista tan bonita desde allí! Estar parados en medio del océano, viendo de lejos la orilla y las islas de alrededor era algo encantador, sobre todo porque se podían ver algunos peces nadando alrededor.

-¿Hacéis esto muy a menudo?

-Cada vez que podemos.-respondió Bonnie-aunque también nos paramos a menudo en alguna de las islitas de alrededor.

-No son islas, son rocas con arena-replicó Peter, levantándose y mirando a su alrededor. Oteaba el horizonte como si fuese un pirata.

-¡Pues para mí son islas, que quieres que te diga!-replicó Bonnie, aún alegre.-No va nadie a ellas, ni siquiera los pescadores, por lo tanto son nuestras, podemos hacer allí lo que nos venga en gana.

-¿Y por qué no va nadie?-preguntó Katherine, sorprendida. Había estado mirando las pequeñas islitas maravillada, subiéndose incluso por la espalda de Peter para verlo desde más arriba. Katherine era muy pequeñita para su edad, por lo tanto Peter no sintió apenas el peso de la niña. La aupó hasta sus hombros para que pudiese ver mejor aquellas islitas.

Pero, tal como Peter había dicho, no eran islitas, casi todas eran rocas que tenían arena y algo de vegetación que había madurado lo bastante como para convertirse en algo parecido a una isla. Tenían muchos sitios peligrosos.

Todas estaban repartidas como los pequeños trozos de un puzzle o de una roca rota. Es más, en realidad eran eso, una enorme roca rota. En el pueblo se contaba una pequeña leyenda que decía que un barco había chocado con la roca hace un par de siglos y la había roto, haciendo que se expandiese poco a poco hasta quedarse tal como estaba en la actualidad. Y decían además que en el barco había fantasmas.

Pero claro, eso era algo que no se había podido comprobar nunca.

-Porque dicen que rondan fantasmas por allí.-dijo Bianca, temblando un poco de miedo al recordarlo. William miró a su hermana fijamente, sin decir nada, por lo que Katherine dedujo que, a pesar de no querer admitirlo, sentía el mismo miedo.

-¡Eso son leyendas!-replicó Peter tajantemente.-Seguramente ocurrirán fenómenos físicos peligrosos en las rocas, cuentan eso para asustar a los niños. Eso es lo que dijo el tío.

-¿Y también rondan hombres lobo? ¿Y hadas que cuando caen la noche se convierten en gatos blancos…o en brujas malvadas que se dedican a cocinar pociones y a planear su conquista del mundo antes de que las quememos?-canturreó Katherine mientras se apoyaba en el borde del barco y comenzaba a meter las manos en el agua fresca, llevándosela de vez en cuando a la cara. Era algo bastante agradable.

-¡Sí, ya, y vampiros también, ya que estamos!-exclamó Bonnie rodando los ojos y salpicando a su hermana .-¿Aún lees esos cuentos?

-Sí, pero lo que he dicho me lo he inventado.

-No, niña, no te lo has inventado.-replicó Bonnie mientras William soltaba una risita. Katherine estaba muy graciosa de esa guisa.

-Sí que me lo he inventado. Las hadas, las brujas y los fantasmas son otras personas, no las de los cuentos. Ésos siguen con sus vidas en sus historias. En otra dimensión a la que no nos dejan entrar.

-¿Y éstos en qué historia están?-le preguntó Bianca olvidando el miedo que había sentido al recordar las historias de miedo.

-No sé, ya te lo diré algún día, me han dicho que no puedo contarte nada a ti.-Katherine se encogió de hombros y metió los codos en el agua, con la intención de tocar algún pez si era posible. William, tan distraído como ella, hizo lo mismo.

-Mira, niña, así se pesca-cogió un pez pequeño y lo cogió con habilidad, enseñándoselo.

Katherine le dio un besito al pez en la cabeza y le dio un palmetazo en la mano a su primo, con la intención de que soltase el pez. William lo soltó, pero le dio un rápido tirón de pelo a Katherine.

-Tienes la fuerza de un gatito pequeño.

-¡Miau…marramiau…!-Katherine fingió maullar y alzó una garra frente a la cara de su primo, divertida. Bonnie se echó a reír y siguió remando, para que pudiesen dar una vuelta alrededor de las islas.

La más grande de ellas parecía tener un enorme bosque y varias cuevas. Y muchos animalitos pequeños. Sobre todo cuervos. Algunos cuervos eran bastante raros...eran de color blanco.

-¿Se puede saber qué demonios hacen los cuervos ahí durante el día?-preguntó William ceñudo. Muchos de ellos picoteaban las manzanas que había en los árboles.

-¿Quién cuida los árboles?-le preguntó Katherine a los demás.

Ellos se encogieron de hombros.

-No hace falta.-le respondió Bianca.-En invierno y en otoño llueve bastante, por lo que tienen alimento de sobra para dar y regalar. Además los árboles no se cuidan. Aunque claro, no he visto nunca ningún otro lugar dónde los cuervos sean blancos...-dijo pensativa.

-¿Qué pasaría si lloviese ahora mismo?-no pudo evitar preguntar Katherine.

-Pues que nos convertiríamos en náufragos y que tendríamos que empezar a vivir como Robinson Crusoe.-Peter parecía casi entusiasmado con la idea.-Un día tenemos que irnos a vivir unos días a aquella roca grande. ¡O a las de alrededor, me da igual!

-¿Quién es?-le preguntó Katherine.

-Te han comprado el libro, así que es mejor que lo sepas cuando lo leas.-le respondió Peter, pensativo.

Se pasaron el resto del día por allí navegando, aunque hicieron paradas en tres de las islas. Se podía correr y jugar por ellas perfectamente, aunque el tacto del suelo era un poco resbaladizo, y si alguno de ellos se caía podría hacerse bastante daño. Katherine tuvo que ser agarrada por Peter o por William para no caerse al suelo, lo cual ocurrió en bastantes ocasiones.

También cogieron flores. Sobre todo prímulas. A Katherine le colocaron una en el pelo, pero a la niña no le gustaban esas flores. No contrastaban lo suficiente con su cabello negro, aunque quedaban bastante mejor en el de Bonnie.

Había una única cosa que a Katherine no le gustó de aquel viajecito en bote. En una de las "islas" las rocas se alzaban enormes y traicioneras, pero extrañamente bellas. La niña se fijó en que eran lo bastante grandes como para ocultar algo… fuera lo que fuese.

Se estremeció cuando oyó un débil canto en su cabeza. Era justo lo que ella se imaginaba del canto de las sirenas, y no le gustaba nada. No era muy difícil imaginarse a las sirenas en algún rincón de aquellas rocas peinándose y cantando. A la niña no le gustaban las sirenas, eran las únicas criaturas fantásticas que no le gustaban, aunque no sabía muy bien el por qué. A Bonnie y a Bianca les parecían entrañables, pero ella las veía como a los demonios de los cuentos.

Atraían con su canto a los marineros, se mostraban dulces y amables con ellos, prometiéndoles amor eterno y todo lo que fuese a cambio de que hiciesen cualquier tontería por ellas, y eso si no estaban hambrientas. Y luego, finalmente, les mataban. Y se los comían, según los libros que había leído¿Qué sentido tenía eso? El hechizo de una sirena parecía algo espantoso y horrible, algo demasiado "maléfico" para su gusto.



¡Menos mal que no existían!

Pero casi se sintió triste cuando vio que el cielo comenzaba a anaranjarse. Pronto sería la hora del crepúsculo.

Cuando emprendieron el camino de regreso Bonnie comenzó a cantar una canción de marineros. Una canción de marineros que había sido inventada por ella misma, por lo que era bastante incomprensible.

-¡Los tíos se van a enfadar cómo sepan que hemos estado tanto tiempo en las islas!-dijo Bianca mientras le tapaba las orejas a Bonnie.

-No deben de saber que hemos estado siquiera en una de las islas, da igual lo segura que sea.

-Peter…-comenzó a decir Katherine, pensativa.

-¿Qué pasa?

-Verás, es qué…

Pero la niña no logró jamás terminar su frase. Estaba apoyada en el borde del barco, que de repente tuvo un movimiento involuntario… que la tiró al agua.

La niña chilló mientras los demás se apresuraban a rescatarla. Tuvieron que aunar Peter y William sus esfuerzos para agarrar las manitas de la niña y subirla de nuevo a la barca, mientras tosía y escupía agua.

-¿Se puede saber qué ha pasado? ¿Te has apoyado demasiado en el borde?-Bianca la miró con preocupación mientras le revolvía el pelo para así secárselo. Menos mal que la ropa que habían traído estaba mojada ya de primera hora. Las ropas de todos se mojaron cuando una ola las cogió en un despiste de los chicos poco antes del mediodía. Por lo que no se metería en ningún lío.

-No lo sé…-en realidad Katherine estaba segura de que no se había apoyado en el borde o nada por el estilo, incluso que estaba más alejada de la cuenta, pero de todos modos tuvo que admitirse a sí misma que probablemente había hecho algún movimiento involuntario… nadie, absolutamente nadie, la había empujado al agua. De todos modos ni siquiera estaba enfadada.

-¡Al final tendremos que darte clases!-exclamó Bonnie, fingiendo algo de exasperación.

-¿Clases de qué?

-De cómo no ser tan torpe. Jamás me lo habría imaginado, pero eres la primera persona que conozco más torpe que Bianca… ¡y eso que eres mi hermana! Ironías de la vida...¡ironías de la vida!

Katherine iba a replicarle algo a su hermana cuando entonces… oyeron algo de música. Se acercaban a la orilla y oyeron algo de música, ¡y eso que aún estaban lejos!. Y varias figuras en la playa… parecía que se estuviese celebrando algo. Y con mucha fastuosidad. Todos y cada uno de ellos se quedaron mirando a la orilla, sorprendidos. Bonnie incluso dejó de remar.

Pero luego salió de su distracción y se apresuró a remar a la orilla, dándole un codazo a Peter, aunque en realidad había reaccionado solamente para ver lo que pasaba.

Se bajaron rápidamente del bote, casi y corrieron junto a los causantes de aquel alboroto. Unos cuantos jóvenes del pueblo estaban charlando animadamente, aunque también había varios niños y un anciano que parecía estar feliz. O más bien orgulloso. La música provenía de varias personas que tocaban lo que parecía un clavicordio portátil, armónicas y un violín algo agstado por el uso. La combinación era extraña, y de algún modo sublime.Sobre todo triunfante.

Peter se acercó a uno de los ancianos, que era el que estaba más cerca, y le preguntó con educación que estaban celebrando.

-Estamos celebrando que nos acaban de celebrar unos rumores bastante interesantes.-lo dijo en un tono extraño...como si estuviese mintiendo. Pero se podía notar la alegría de su voz. Llevaba unas prendas de pescador que se veían a menudo en el pueblo, pero limpias e impecables, como recién estrenadas. Con ese tono de voz el anciano parecía rejuvenecido.

-¿Puede decirme usted qué rumores son?-preguntó Peter con la misma educación de antes.

-No puedo contártelo todo, pareces demasiado joven para entenderlo, al igual que tus amigos, pero dicen que ha renacido un viejo movimiento que llevaba años muerto. Han dado un golpe bastante fuerte, ¡cómo los valientes!-el tono en el que hablaba denotaba un orgullo increíble, como el amor que sienten la mayoría de los patriotas, pero Peter tenía la sensación de que aquel anciano no tenía ni la menor idea de lo que había pasado de verdad. No se había enterado de nada. Parecía tan alegre que casi ni le salían las palabras.¡A saber por qué sería!

¡En fin!Tal vez estuviese desvariando.

Así que, educadamente, le dio las gracias, pero luego se las arregló para preguntarle a alguno de los jóvenes, que tampoco parecía muy seguro de lo que había pasado, pero que le dio más información que el anciano.

-Dicen que las cosas irán mejor a partir de ahora. Han logrado ahogar un problema que se nos venía encima, por lo que estoy seguro de que han evitado otra guerra. Otra guerra. Como si empezara otra vez la Segunda Guerra Mundial. Al menos eso es lo que dicen-el joven inspiró y espiró profundamente antes de seguir-¿Te imaginas? Han hecho un gran trabajo, manejan muy bien sus posibilidades. Son unos estrategas estupendos.

Peter no estaba muy seguro de lo que le acababan de decir, así que indagó un poco más. Discretamente, le preguntó a otro de los jóvenes, mientras los demás le seguían, más discretos todavía.

-Los chicos del señor Di Vaarsen han sido muy valientes. Nadie sabe exactamente lo que ha pasado pero se rumorea que han superado una gran crisis. Andan por ahí con aires de victoria, pero se rumorea que han mejorado bastante, que son ahora más notables que antes. Es para celebrarlo, aunque a todos nos gustaría haber visto o saber cómo fue exactamente. Deberías preguntarle al señor Di Vaarsen o al señor Dioterello. Creo que el segundo te lo contaría encantado-el joven parecía más seguro, e incluso casi tan orgulloso como el anciano. Pero al menos no parecían trabársee las palabras. Este joven en concreto llevaba unas prendas elegantes, que se veían en la ciudad pero que en su cuerpo parecían darle un toque...aristocrático.

Peter sintió la suficiente confianza como para decirle al joven la poca información que había sacado. El joven se encogió de hombros y negó con la cabeza.

-Aquí nadie sabe nada más, así que no creo que logres averiguar nada más por aquí. Pero de alguna forma se siente, ¿sabes? Lo entenderás mejor dentro de un par de años.

Peter le dio las gracias al joven y regresó con los demás, relatándoles la poca información que había sido capaz de sacar.

-¿Quién es el señor Di Vaarsen?-preguntó William. Peter se encogió de hombros, pero Bianca soltó una exclamación y dijo:

-Creo que es un viejo amigo de papá, le he oído varias veces hablar de él. No es un señor muy famoso, pero parece que es todo un hombre de negocios. Bastante fiero, según palabras de papá. No parece que le caiga muy bien.

-¿Y tú cuando demonios has oído eso?-le preguntó Peter.

-No sé, creo que hará un par de meses.-dijo Bianca, aún no muy segura de aquella información.

-¿Por qué no le preguntamos?-saltó Katherine, con la esperanza de que aquello hiciese vacilar a su tío respecto a la información que claramente se estaba guardando. Aún estaba dispuesta a aprovechar cualquier oportunidad.Bianca negó con la cabeza.

-No creo que sea buena idea. No habló muy bien de él.

La niña no lo había dicho todo. Más que hablar mal de él, su padre había puesto una expresión muy rara, como de rabia o de crispación, que de todos modos casi era graciosa.

-Esperemos un par de días, tal vez se entere él mismo de lo que ha pasado aquí y se le escape algo. Vendrá dentro de una semana.

-¡Eso es mucho!-se quejó Katherine.

-Ahora dirás eso.-replicó William apoyando una mano en el hombro de la niña-pero luego te darás cuenta de que las semanas pasan cada vez más rápido, hasta que finalmente se convierten en segundos… y en el momento de regresar a clases. Así es el verano, ¡así es el verano!-terminó lamentándose de forma teatral. Iba a decir algo más, pero fue interrumpido por un niño del pueblo que había venido corriendo hacia ellos.

Bueno… parecía ser del pueblo por las pintorescas ropas que llevaba, pero había algo que le distinguía de los demás… en sus ojos había una expresión expectante e inteligente, traviesa y su cabello rubio parecía estar bien peinado (algo que ya le diferenciaba bastante del resto de los niños del pueblo). Parecía alegrarse mucho de verles.

Pero sobre todo había en él cierta sofisticación que no había en el resto de los niños del pueblo. Quizás fuera el hijo o el nieto de alguno de los adultos que había allí, o de las pocas mujeres que se hallaban bailando, con vestidos largos y de colores deslumbrantes que volaban cuando daban vueltas, como si fueran los vestidos de una gitana. Aunque éstas eran mil veces más elegantes.

-¿Queréis uniros a la celebración?-les preguntó con una sonrisa amable, pero expectante. Les miraba con curiosidad, como si viesen algo más interesante de lo que habían visto anteriormente en el pueblo. Como si se alegrasen de verles. ¿Por qué sería?

Peter negó con la cabeza.

-Gracias, chaval, pero nosotros tenemos que regresar a casa. Se hace tarde.

-Bah, por fa, sólo un ratito… será más divertido. ¿No queréis probar esto?-sacó unas frambuesas recién cogidas, ofreciéndoselas.A Bonnie se le hizo la boca agua, y a Peter también, que dijo, ahora con bastante vacilación.

-Nos encantaría, pero nos reñirán si llegamos tarde. Nos hemos pasado todo el día fuera.

Otros niños se acercaron y se pusieron detrás del primero. En todos ellos brillaba la misma sofisticación y la misma curiosidad insatisfecha. Los chicos tuvieron la sensación de que esas criaturas no eran del pueblo. De que venían de un lugar mucho más refinado, a pesar de que ellos mismos eran refinados comparados con los otros niños del pueblo. Y entonces sonó la música. Una nueva vanción.

Era como un sonido de tambor, vibrante y sorprendente. Los chicos dieron un respingo de sorpresa. No tardó en oírse el sonido de una flauta y un dulce canto. Parecía una canción de victoria, algo mucho mejor que lo anterior.

Pero… ¿qué victoria se estaría celebrando? Aquello era sin duda un auténtico misterio. Un misterio fascinante.

Y las frambuesas parecían deliciosas, y no solamente a Bonnie y a Peter, que adoraban esa fruta, sino también a los demás. Aquella fiestecita se estaba convirtiendo en una tentación irresistible. Y finalmente terminaron por dejarse llevar por la tentación. La música era demasiado deliciosa, la tentación demasiado poderosa...¿cómo resistirse a todo aquello? A unirse a aquellos niños, a aquella fiesta.

Primero fue Bonnie la que cayó, arrastrando a Bianca de la mano. Después les siguió Peter, y William, que tuvo que llevar a Katherine de la mano, pues aún parecía algo vacilante.Pero la verdad es que ella no sabía el por qué. No veía motivo alguno para sentirse así.

Comieron frambuesas y estuvieron jugando y bailando con aquellos niños, como si formasen de verdad parte de aquella comitiva, olvidando por completo que tenían que regresar a casa antes del anochecer.

Pero claro, para cuando recordaron que tenían que regresar ya era de noche, una noche oscura, en la que se había unido más gente, el ambiente estaba más animado. Peter se alarmó y prácticamente casi arrastró hacia los demás de vuelta a casa.

Aun así siguieron oyendo la música mientras corrían apresurados de vuelta a casa. Y la seguirían oyendo durante muchísimo rato, incluso en sus sueños, pudiendo ser perfectamente parte de sus sueños.O de sus pesadillas.

Recibieron una buena bronca, por supuesto, pero no una demasiado grande, pues para su sorpresa no habían llegado demasiado tarde. Y el atracón de frambuesas no les había quitado el apetito… ¡claro que no!Ni siquiera a Peter, que era el que más había comido.Todos se quedaron dormidos muy pronto aquella noche. Estaban muy cansados por el ajetreado día que habían pasado.

Pero Katherine fue la que más tardó en dormirse. Desde su ventana se oía mejor la música de celebración, y aunque aquello no le impidió dormirse, sí que llegó a inquietarle un poco en el fondo.

Incluso en sus sueños…

Bueno, más concretamente en su sueño. Katherine tuvo aquella noche, desde que podía recordar, su primer sueño.

No era un sueño especialmente inquietante, ni siquiera podía llamársele aún pesadilla, pero era algo extraño. Aunque ella no lo llamaría así hasta dentro de mucho tiempo, cuando al fin tuviese más sueños.

En ese sueño volvía a ver el paisaje que había visto pasar por el tren, aquel que no había conseguido ver apenas, ni siquiera bajo la luz del día, por culpa de la velocidad.

Pero ésta vez no estaba viéndolo desde el tren. Estaba dentro de aquella vegetación, atrapada en un bosque interminable que se veía todo difuso y borroso, al igual que aquellas sombras, lo cual ya era de por sí bastante decepcionante… ¿es que acaso no iba a poder ver ni siquiera en sueños lo que había sido incapaz de ver despierta? ¡No era justo!

Katherine corría por aquel lugar tratando de encontrar una salida, o simplemente algún lugar en el que pudiesen darle información. O encontrar su casa. No tenía miedo pero sentía una curiosidad insatisfecha que le latía como el hambre. Y entonces, cuando se hizo de noche, comenzó a sentir miedo. Porque no encontraba la salida ni algún lugar conocido, absolutamente nada. Y eso no le gustaba a ella nada, ya era demasiado. Y además...no venía nada.

Así que gritó pidiendo auxilio.

El grito no fue escuchado, pero a ella le invadió la oscuridad, y se despertó, olvidando por completo aquel extraño sueño. Katherine recordaba haber soñado algo pero no aquel sueño, que regresaría más tarde…

Henry tenía muchas cosas en las que pensar. Muchos negocios que hacer. Y no todos esos negocios eran precisamente agradables.

La ciudad era el lugar en el que le habían citado una y otra vez para todos y cada uno de sus negocios, incluso los comerciales. Henry odiaba con toda su alma los tratos comerciales. Le aburrían demasiado.

Pero aquello era muy distinto.

Cuando se bajó del coche y llamó a la puerta de aquel despacho sintió unas ganas tremendas de regresar a casa y de alegar alguna enfermedad. Lo que fuese con tal de no tener que ver a aquellos hombres.

Pero, desgraciadamente, aquello era algo de lo que no podía huir.

No tuvo que esperar mucho para que le abriesen la puerta. Allí le esperaba un hombre trajeado de cabello negro, barba de judío algo más corta de la cuenta y mirada fría pero extrañamente amigable. "El señor Dioterello" pensó Henry.

El hombre se levantó y le estrechó la mano.

-Es un placer verte por aquí hoy, Henry.

-Lo mismo, digo. Supongo.-le respondió secamente Henry, estrechándole la mano y sin arrepentirse de haber dejado escapar lo último que había dicho. Sabía que al señor Dioterello no le importaría. Es más, le importaba un carajo como se sintiera o si le caía bien o mal, lo único que le importaba a ambos era el pequeño negocio, o más bien trato, que se traían entre manos.

-No, no lo sé. Se supone que yo no sé lo que piensas, Henry.-le respondió el hombre, que parecía divertido.

-Bueno… ¿tienes los papeles?

-Sí. Aquí están. Estos papeles te desvincularán de este turbio asunto. Nadie sabrá que estuviste en la ciudad, ni tú ni la niña. Si alguien se atreve a investigar o le pregunta algo, no tiene más que enseñar estos papeles. Entonces le dejarán en paz y no le molestarán más. Puede considerarse libre de todo este asunto, por lo menos en lo que se refiere a asuntos "legales"-el hombre se ajustó la corbata y sonrió con cierta picardía. Y vanidad.

Henry le cogió los papeles y los examinó atentamente, con ojo frío y calculador. Al cabo de unos minutos suspiró aliviado. Estaba al parecer todo en orden, no había nada de lo que preocuparse.

Se guardó rápidamente los papeles en su maletín, deseando llegar a casa para esconderlos bien guardaditos en su despacho.

-Perfecto. Aquí tienes el dinero.-sacó un buen fajo de billetes y se los puso en la mano al hombre, que se guardó el dinero y se echó a reír.

-Soborno, querrás decir. No me habría molestado en hacerte este favor si no hubiese sido por eso. Pero aun así ha sido un placer hacer negocios contigo, viejo lobo.-se sentó de nuevo en su silla, alejándose de Henry, y ladeando la cabeza, abriendo un pequeño cajón debajo de su mesa en el que guardó el dinero y rebuscó en busca de algo que Henry no pudo ver, por suerte para él. Henry casi sintió ganas de soltar un comentario sarcástico. El humor de Henry contrastaba con el del señor Dioterello…bastante.

El señor Dioterello parecía estar de tan buen humor que daba la sensación de que le llamaría amigo a cualquier individuo sin estar siquiera un poquito borracho, lo cual, en el caso de aquel hombre, sí que era estar de muy buen humor.

-Lo mismo digo, supongo.-Y esto casi lo decía de corazón, a pesar de que el señor Sanders le caía fatal. El hombre le había hecho un gran favor, y eso se lo agradecía de veras.

-Por cierto…tengo una pequeña pregunta. ¿Siguen extendiéndose esos molestos rumores?-dijo Henry al cabo de un rato, tras un silencio que más que incómodo era inevitable, ya que de todos modos a ninguno de los dos le importaba, sobre todo al señor Sanders

El hombre asintió, sonriendo ampliamente, levantándose y cogiendo a Henry del brazo. Le arrastró hacia la ventana mientras le iba diciendo:

-Más que nunca, Henry, más que nunca… nadie sabrá nunca lo que ha pasado de verdad, excepto nuestros chicos, por supuesto, nuestros pequeños "alborotadores". Ellos están ahora mismo disfrutando de su victoria sobre este pequeño asunto, ¿sabe usted? Andan de muy buen humor, están aprovechando el tiempo la mar de bien, eso se lo puedo asegurar, mi viejo amigo, completamente.... Y las celebraciones siguen aún, incluso por parte de aquellos que no saben ni sabrán nada, que son la mayoría… lo cual me parece sencillamente fascinante, ¿Sabe?…mírelo bien, Henry, mírelo bien.-el tono de voz del señor Dioterello era bastante animado, como si estuviese hablando de un hecho agradable, de algo bueno que había sucedido hacía poco tiempo.

Tal como había ocurrido con algunos.

Henry miró por la ventana tal como le decían. Y no pudo evitar sonreír con cierta tristeza.

Katherine se acostumbró muy pronto a la vida de aquel lugar, sobre todo porque no representaba precisamente un cambio brusco en su vida. No había nada que echase de menos porque prácticamente no recordaba nada, así que no había tenido antes ningún otro estilo de vida. Lo único que debía hacer era acostumbrarse. La niña fue muy feliz allí cuando finalmente lo logró. No conocía otra cosa. Su vida había empezado prácticamente allí.

Era verano, por lo que ella y sus primos se pasaban casi todo el día fuera de casa, entrando solamente para dormir, comer y hablar un poco con los adultos, que también salían a menudo, sobre todo la madre y el tío, aún arreglando algunos "asuntos pendientes". La madre solía ir al mercado o a casa de alguna amiga. El tío solía pasarse a menudo por la ciudad. Demasiado según el criterio de Katherine. Y su padre solía trabajar en casa o en la ciudad durante dos días a la semana.

La niña descubrió además que aquel lugar tenía muchos lugares interesantes. Más allá del pueblo y de las casas alejadas en las que vivían había una zona entera de vegetación en la que podías perderte durante horas, algo distinto y más profundo de lo que había visto en el camino. Era un sitio alejado del bosque, que no era precisamente un bosque...era un sitio lleno de vida, simplemente.Era fácil perderse tanto en el pequeño bosque como en el alcantilado que había por allí cerca. Los niños le enseñaron a trepar por allí y a deslizarse por las ramas, al igual que le enseñaron las innumerables cuevas que había, en las que podías meterte y jugar a cualquier cosa, a pesar de que en la mayoría de esas cuevas la oscuridad era casi absoluta. Había infinidad de sitios interesantes dónde podías meterte, miles de juegos a los que podías jugar allí. Y a pescar.

Se suponía que los adultos les habían prohibido escalar aquellos alcantilados, y ya no digamos llegar a la cima, pero hasta Peter, que era muy responsable, estaba de acuerdo en trasgredir esa norma. No había nada malo en ello siempre y cuando pudiese pasar cuando él se subía hasta cierto punto y ataba una cuerda para los demás. Cuando llegaban a ese punto el chico repetía el proceso y así sucesivamente. A Peter aquel le parecía un método tan seguro que incluso permitió que Katherine lo hiciera, cosa que a la pequeña le entusiasmaba.

Sobre todo porque podía deslizarse por el aire cuando tenía la cuerda por la cintura, y así hacía ver como que estaba volando, aunque a veces se deslizaba de forma demasiado peligrosa. Chillaba como una gaviota y estiraba los brazos.

¡Pero es que las vistas eran tan magníficas desde allí! El mar era inmenso, y parecía no acabarse jamás… además, ¡era tan bello! A Katherine la belleza de aquello no se le escapaba, a veces hasta sentía deseos de cantar. Y se quedaba embobada así, admirando aquellas vistas,cantando, hasta que Peter rodaba los ojos, reía, y tiraba de la cuerda para que la niña saliese de su distracción y subiera de una buena vez.

-¡A este paso saldrás volando, niña!-le decían. Siempre había alguno que acababa diciéndole eso.

En la cima había muchas cosas interesantes. No se adentraron demasiado por aquellos días, nunca lo habían hecho, pero lo que veían resultaba bastante interesante. Allí había muchas rocas y algunos animalitos extraños cuyo nombre no conocía ninguno, si quitamos por supuesto a los petirrojos y a las ardillas, que tenían colores tan vivos como las flores. Quizás también el de algún águila o incluso algún conejo, pero nada más. Más adelante había otro bosque, más alto y más espeso que el anterior, pero por el ruido que salía de allí daba la sensación de que era un bosque muy pequeño. Incluso por el día parecía oscuro,muy oscuro, con una vegetación tan tupida que parecía recién salido de un cuento de terror, era imposible saber lo que habría allí.

Pero ninguno de ellos se había atrevido nunca a meterse por allí, aunque Katherine aún no entendía muy bien el por qué. Los niños le decían que no era seguro, que allí sucedían cosas extrañas,les habían contado muchas historias espeluznantes, pero que probablemente cogerían el valor necesario para meterse por allí algún día, solamente para poder comprobar si allí había algo interesante y peligroso de verdad. Y porque estaba prohibido, por supuesto.

-¿Quién sabe lo que habrá allí? Podría haber hasta duendes-decía William de vez en cuando.

Aquel día Katherine decidió tomar como nota mental el propósito de convencer a sus primos y a su hermana de que se adentrasen pronto allí. Aunque quizás lo hiciese ella misma algún día.

No conocía el miedo, y tampoco lo peligroso. En aquellos primeros días no tenía ni idea de lo que era el peligro, nadie le había hablado de ello, por lo tanto no sabía que uno podía hacerse daño…de verdad. Eso era algo de lo que no le habían hablado nunca, algo que no había tenido tiempo de conocer, ni siquiera de leer o de ver, ni mucho menos de sufrir, por lo tanto estaba segura de poder hacer esa pequeña excursión algún día.

Aunque eso sí… siempre acababan pasándose por la cabaña que había por allí cerca, al subir el enorme alcantilado, la de un viejo pescador que les contaba de vez en cuando cuentos de cuando él era un chavalín, de tiempos pasados. Algunos se los inventaba, otros no, pero eso era algo que se podía ver nada más escuchar las primeras palabras de su historia. Por suerte, las historias más interesantes que contaban eran las que le habían ocurrido de verdad. Eso es lo que los niños creyeron durante bastantes años. Esos cuentos de terror que les impedían meterse en sitios peligrosos. O desear aún más ir a por ellos.

Aparte de meterse por aquellas zonas también probaban con otras cosas. Estuvieron en la playa gran parte del tiempo, tanto bañándose como persiguiéndose por la orilla. En el casi de Katherine así era. Nadar se le daba fatal, aprender a hacerlo le costaba muchísimo, por lo que a menudo chapoteaba cerca de la orilla, con una pelota. A no ser que su hermana o su primo menor la arrastrasen al agua para hacerle alguna que otra ahogadilla, o a obligarla a que aprendiese más rápido. Era muy agradable bañarse en aquellas aguas más azules aún que el cielo, tan cristalinas y tan deliciosas. Pero no era agradable nadar.

-¡Yo no soy un pez!-chillaba la niña cada vez que la obligaban, salpicando con energía a Bonnie o intentando saltar sobre su primo para hacerle a él una buena ahogadilla.

-¡A tu edad deberías saber nadar ya!-le respondía Bonnie.-Yo aprendí a nadar cuando cumplí los cinco años. Espera… creo que en realidad tenía tres-había cierto matiz de exageración y de vanidad en su voz -¡Aprende de mí, hermanita!

-El pez de agua eres tú, no yo. ¡Nunca aprenderé a nadar!-Katherine sabía que tarde o temprano acabaría aprendiendo… pero más tarde de lo que debería. Por lo menos si la comparábamos con Bonnie, e incluso con Bianca. Katherine estaba segura de que de mayor no se dedicaría precisamente a lo mismo que ella. Tal como decía una y otra vez, ella no era un pez de agua. Nadar no era lo suyo precisamen

Y es que su hermana era un as en el agua, ¡ni siquiera los chicos podían ganarla! Ninguno, ni quiera Peter.

Le gustaba más jugar con la arena y hacer castillos de arena, porque eso se le daba bastante mejor. Tenía un toque artístico que empleaba en sus esmerados castillos de arena, que de todos modos no duraban demasiado en pie.

Peter, en cambio, era un gran nadador también. No nadaba tan deprisa como Bonnie, pero él podía mantenerse bastante tiempo bajo el agua, y sus brazadas eran más fuertes. Además, podía abrir los ojos bajo el agua casi sin esfuerzo lo que, según él, le era bastante de utilidad. Eso siempre y cuando no le picasen los ojos luego.

A William no se le daba mal, pero no le dedicaba mucho tiempo a nadar. Empleaba la mayor parte de su tiempo en el agua para hacer ahogadillas a los demás o para bucear, o incluso flotar.

-¡Bu, bu, tráss, trás, por aquí te pillé!-decía riéndose como un niño pequeño

Bianca, en cambio, era casi tan mala nadadora como Katherine. Nadaba tal como probablemente lo haría ella cuando finalmente aprendiese a nadar, aunque la niña siempre pregonaba que quería mejorar y nadar como Bonnie.

Aun así todos se divertían mucho en la playa. Pero no se pasaban tampoco todo el tiempo allí y en los acantilados. Jugaban a veces en el pueblo, sobre todo a últimas horas de la tarde, cuando había más niños jugando.

Katherine se sorprendía muchas veces al darse cuenta de que los niños del pueblo eran muy distintos a ellos. Iban vestidos con ropas más sencillas, chillaban mucho más y habían veces en las que no se les entendía nada de nada, sobre todo porque de vez en cuando decían alguna que otra palabrota. En esos momentos Bonnie, Peter o William siempre les tapaban las orejas a Bianca y a Katherine, aunque ésta última no entendía muy bien el por qué. ¿Qué tenía de malo?

-¿Pero qué ha dicho?-dijo la primera vez.

-Nada interesante. Nada interesante, así que no les escuches-le dijo Peter aquella vez, meneando la cabeza con mucha rapidez.

Además, iban más sucios. Más sucios incluso que ella cuando se despertó en el tren con su abrigo polvoriento y su vestido viejo y gastado. Pero eso Katherine lo terminó achacando simplemente a la ajetreada vida del pueblo y a sus trabajos, pues los padres iban de un modo casi igual, y encima hablando de la misma forma tosca. Peter se lo explicó así, y Bonnie fruncía el ceño cada vez que eso ocurría.

Pero Katherine seguía sorprendiéndose de vez en cuando, sobre todo al comparar sus propios vestidos con los de las niñas del pueblo. Sus padres y su tío habían hecho un pequeño viajecito a la ciudad para traerle ropa nueva, y habían vuelto cargados de cosas. Así que tenía ahora bastantes vestidos, casi todos verdes, azules, rosas, amarillos o blancos, casi enteramente de esos colores, y siempre eran más bonitos que los de los niños del pueblo. Sobre todo los blancos.

Lo mejor que tenía para Katherine del pueblo era eso, ver su actividad y… los helados. Cada vez que iban al pueblo acababan en la heladería, dónde se zampaban un buen helado de chocolate, fresa o vainilla.

En cuanto a las cosas de Katherine, el armario no era lo único que habían llenado. Le habían comprado algunos libros, casi todos cuentos infantiles agrupados en tomos y otros que le recomendaron que se leyese cuando fuese más mayor. Katherine cogía alguno de esos libros antes de dormir y leía un poco. Descubrió que por suerte sabía leer de corrido. Por suerte leer resultó ser para ella un poco como instinto...algo que no se olvidaba, al igual que montar en bicicleta, aunque tuvo que emplear varios minutos para reconocer las letras y poder leer otra vez.

Aunque se sintió un poco despistada la primera vez que cogió un cuento… era como si, a pesar de saber leer, estuviese acostumbrada a leer en otro idioma.

También le compraron algunas muñecas nuevas, unos cuantos juegos, adornos, e incluso peluches. Dos peluches que la niña terminó dejando esparcidos por la habitación, apareciendo siempre en el sitio más insospechado. No le interesaban mucho el osito y la comadreja, pero eran bonitos para el cuarto, o para abrazarlos un poco cuando se aburría, simplemente para apretujar algo, lo cual no ocurría muy a menudo.

Sus tíos se quedaron unos cuantos días más en la casa, pero luego se marcharon de allí para hacer un viaje que Henry llevaba atrasando desde hacía bastante tiempo. Fue la primera vez que Katherine sintió algo de añoranza, viendo marcharse el coche en el que iba su tío. Era la primera persona a la que había conocido, Henry era su guía principal, a pesar de tener a sus padres. Pero por lo menos se quedaban sus primos. Muy pronto descubriría que ellos tampoco veían muy a menudo a sus padres… al igual que Bonnie ni ella, tal como sabría al final de aquel verano que aún parecía tan largo e interminable.

Fue conociendo bastante rápido a sus padres, en solamente cinco días. Katherine no tardó mucho en saber que su madre era una mujer amable y bondadosa que siempre procuraba que los niños se sintiesen lo mejor posible y que solía ayudar a los demás, y que su padre, a pesar de ser un hombre cariñoso con Bonnie y con ella, aparte de tener buen corazón, era un hombre malhumorado que se pasaba casi todo el día trabajando en su despacho, y que se enfadaba cuando alguno de los niños hacía demasiado ruido. Algo parecido como con gran parte de los hombres que había visto en la ciudad.

Katherine no se sorprendió demasiado. Lo había intuido desde la primera vez que los vio, sus padres eran personas muy fáciles de leer. Tal vez por eso mismo sabía que eran sus padres. Debía de haberlos conocido de antes.

Genial… descubrir presentimientos que jamás sería capaz de comprobar. Eso era algo que la molestaba sobremanera.

Pero esto ocurría cada vez menos a menudo. A pesar de que su amnesia no parecía querer hacer algún amago de retroceder, estaba haciéndole caso omiso. Le importaba menos a medida que iban pasando los días, por lo que probablemente dejaría de molestarse por eso en un par de meses a lo sumo. Katherine intuía esto… y se alegraba.

Haría más fácil hacer lo que su tío le había dicho. Con el tiempo sus primos dejarían de hacerle preguntas sobre el tema. Katherine ya se estaba cansando de tener que repetirles la misma excusa una y otra vez, revivir unos recuerdos que sabía que no había tenido, por mucho que su tío dijese que había sido así.

Porque Katherine, a pesar de ser tan pequeña, sabía que reconocería sus recuerdos al punto si se dignaban a aparecer, lo cual no era el caso, por supuesto.

-Quiero un perrito.-les dijo Bonnie un día a sus padres.

La madre rodó los ojos.

-¿Otra vez? Nos has pedido miles de veces un perrito.

-Tres años, más concretamente.-Bonnie miró con ojillos de cordero a sus padres, que estaban en el salón, habiendo estado charlando un poco desde hacía rato. Ambos se miraron y sonrieron un poco.

-Bueno, podemos pensárnoslo ahora que está aquí Katherine. ¿Te gustan los perros, hija?-dijo su padre mirándola.

Katherine se encogió de hombros. No sabía si le gustaría o no tener mascota, aunque a ella le gustaban más los gatos, tal como había podido comprobar al haber cogido uno en brazos el otro día. Pero no quiso disgustar a Bonnie.

-Creo que… ¡sí, a mí también me encantaría tener una mascota! Podría ayudar a Bonnie a cuidarla, y estoy segura de que nos ayudarían los demás.-Bianca, que acababa de entrar en la sala, asintió, dando un saltito de alegría. Cogió a Katherine de las manos y se puso a dar vueltas con ellas, con las mejillas coloradas como siempre. El resultado de comer más fruta que los demás y pasarse el día al sol.

Al cabo de un rato de discutir el tema entre ellos, los padres asintieron.

-De acuerdo, la semana que viene iremos a por un perrito.-dijo la madre. Las tres niñas chillaron de alegría y se abrazaron las unas a las otras, lo que hizo que William entrase, poniéndose las manos en las orejas.

-¿Qué es este alboroto? ¡Ah, niñas alborotadas! ¡Por un momento creí escuchar gaviotas en la casa!

Esto le valió un codazo por parte de Bonnie, pero las risas de alegría continuaron. Luego entró Peter, que había visto el codazo y se unió a las risas también.

Los padres se miraron y sonrieron, para luego mirar a los niños y encogerse de hombros. ¡Ay, estos críos, que siempre se alegraban por cualquier cosa! Y sobre todo por un animal…

A Bonnie le encantaban los animales. Siempre acababa rescatando a todo animal herido que se encontrase, rasgo que Katherine descubrió que compartía con ella, al menos en parte.

Peter, cada vez que las veía hacer eso (lo cual ocurría con frecuencia) movía la cabeza de un lado para otro y decía:

-¡Qué sentimentales sois!

Y ellas, tanto Bonnie como Katherine, se echaban a reír, sobre todo si en aquel momento tenían a la criatura en cuestión en brazos.

Los días siguientes transcurrieron iguales, de aquella guisa. Pero había algo que Katherine no olvidaría durante el resto de su vida, a pesar de todo lo que le pasó. Fue su primer viaje en bote.

La familia tenía varios botes que estaban anclados junto a los de los pescadores. El padre de Katherine y de Bonnie pagaba a uno para que de vez en cuando le trajese algo de pescado. Siempre era bueno por si algún día había nieve y se quedaban atrapados, así tendrían reservas de sobra.

Pero Bonnie tenía uno para ella solita. El viaje en bote que la niña prometió fue pospuesto durante bastantes días debido a los incesantes movimientos de las olas, que a pesar de ser verano recibían de vez en cuando una brisa considerable, y no era seguro navegar en esa situación para una chica de su edad. Aun así Katherine espero con ilusión a que llegase el día en el que pudiesen hacer el viaje prometido.

Y ese día llegó.

-¿Seguro que no nos dejamos nada?-preguntó Katherine por enésima vez mientras correteaba alrededor del bote. Bianca y William ya estaba dentro, pero Peter estaba metiendo dentro algunas de las provisiones que tenían que llevarse por si había alguna emergencia. Bonnie estaba empujando ya el bote al agua, casi tan impaciente como su hermana.

-¡Que no, Kitty, que no nos hemos dejado nada!-canturreó William.

-¡No me llames Kitty!-chilló Katherine con indignación. Pero luego salpicó un poco a William y se las arregló para darle una sorpresa al muchacho. Ella no se dejaba pillar tan fácilmente por las bromas de su primo.

Bonnie rodó los ojos y vio como Peter se subía al bote. El chico le dio para mano para ayudarla a subir y luego aupó a Katherine para que la niña pudiese montarse también. No había podido subir sola incluso de haber sabido remar, era bastante pequeña todavía, demasiado bajita como para alcanzar siquiera la popa del bote, por lo que probablemente subir habría sido todo un reto para ella.

Cuando al fin estuvieron todos en el bote Bonnie cogió los remos y se dispuso a arrastrar el bote a alta mar.

Remaba bastante bien, incluso algo más rápido que algunos de los pescadores o muchachos que iban por las noches allí como… diversión. Por lo menos eso es lo que intuía Katherine cuando les veía y oía reírse. Aunque tampoco podía ver demasiado desde la ventana de su habitación por la noche.

Y Bonnie parecía ser, sin duda, la que mejor se lo pasaba en el mar, ya fuese remando o nadando. Se le encendían chiribitas en los ojos, parecía muy feliz allí, como si fuese su segundo hogar. Parecía hasta más cómoda allí que en tierra.

Decidió que para ella tampoco estaba mal. ¡Había una vista tan bonita desde allí! Estar parados en medio del océano, viendo de lejos la orilla y las islas de alrededor era algo encantador, sobre todo porque se podían ver algunos peces nadando alrededor.

-¿Hacéis esto muy a menudo?

-Cada vez que podemos.-respondió Bonnie-aunque también nos paramos a menudo en alguna de las islitas de alrededor.

-No son islas, son rocas con arena-replicó Peter, levantándose y mirando a su alrededor. Oteaba el horizonte como si fuese un pirata.

-¡Pues para mí son islas, que quieres que te diga!-replicó Bonnie, aún alegre.-No va nadie a ellas, ni siquiera los pescadores, por lo tanto son nuestras, podemos hacer allí lo que nos venga en gana.

-¿Y por qué no va nadie?-preguntó Katherine, sorprendida. Había estado mirando las pequeñas islitas maravillada, subiéndose incluso por la espalda de Peter para verlo desde más arriba. Katherine era muy pequeñita para su edad, por lo tanto Peter no sintió apenas el peso de la niña. La aupó hasta sus hombros para que pudiese ver mejor aquellas islitas.

Pero, tal como Peter había dicho, no eran islitas, casi todas eran rocas que tenían arena y algo de vegetación que había madurado lo bastante como para convertirse en algo parecido a una isla. Tenían muchos sitios peligrosos.

Todas estaban repartidas como los pequeños trozos de un puzzle o de una roca rota. Es más, en realidad eran eso, una enorme roca rota. En el pueblo se contaba una pequeña leyenda que decía que un barco había chocado con la roca hace un par de siglos y la había roto, haciendo que se expandiese poco a poco hasta quedarse tal como estaba en la actualidad. Y decían además que en el barco había fantasmas.

Pero claro, eso era algo que no se había podido comprobar nunca.

-Porque dicen que rondan fantasmas por allí.-dijo Bianca, temblando un poco de miedo al recordarlo. William miró a su hermana fijamente, sin decir nada, por lo que Katherine dedujo que, a pesar de no querer admitirlo, sentía el mismo miedo.

-¡Eso son leyendas!-replicó Peter tajantemente.-Seguramente ocurrirán fenómenos físicos peligrosos en las rocas, cuentan eso para asustar a los niños. Eso es lo que dijo el tío.

-¿Y también rondan hombres lobo? ¿Y hadas que cuando caen la noche se convierten en gatos blancos…o en brujas malvadas que se dedican a cocinar pociones y a planear su conquista del mundo antes de que las quememos?-canturreó Katherine mientras se apoyaba en el borde del barco y comenzaba a meter las manos en el agua fresca, llevándosela de vez en cuando a la cara. Era algo bastante agradable.

-¡Sí, ya, y vampiros también, ya que estamos!-exclamó Bonnie rodando los ojos y salpicando a su hermana .-¿Aún lees esos cuentos?

-Sí, pero lo que he dicho me lo he inventado.

-No, niña, no te lo has inventado.-replicó Bonnie mientras William soltaba una risita. Katherine estaba muy graciosa de esa guisa.

-Sí que me lo he inventado. Las hadas, las brujas y los fantasmas son otras personas, no las de los cuentos. Ésos siguen con sus vidas en sus historias. En otra dimensión a la que no nos dejan entrar.

-¿Y éstos en qué historia están?-le preguntó Bianca olvidando el miedo que había sentido al recordar las historias de miedo.

-No sé, ya te lo diré algún día, me han dicho que no puedo contarte nada a ti.-Katherine se encogió de hombros y metió los codos en el agua, con la intención de tocar algún pez si era posible. William, tan distraído como ella, hizo lo mismo.

-Mira, niña, así se pesca-cogió un pez pequeño y lo cogió con habilidad, enseñándoselo.

Katherine le dio un besito al pez en la cabeza y le dio un palmetazo en la mano a su primo, con la intención de que soltase el pez. William lo soltó, pero le dio un rápido tirón de pelo a Katherine.

-Tienes la fuerza de un gatito pequeño.

-¡Miau…marramiau…!-Katherine fingió maullar y alzó una garra frente a la cara de su primo, divertida. Bonnie se echó a reír y siguió remando, para que pudiesen dar una vuelta alrededor de las islas.

La más grande de ellas parecía tener un enorme bosque y varias cuevas. Y muchos animalitos pequeños. Sobre todo cuervos. Algunos cuervos eran bastante raros...eran de color blanco.

-¿Se puede saber qué demonios hacen los cuervos ahí durante el día?-preguntó William ceñudo. Muchos de ellos picoteaban las manzanas que había en los árboles.

-¿Quién cuida los árboles?-le preguntó Katherine a los demás.

Ellos se encogieron de hombros.

-No hace falta.-le respondió Bianca.-En invierno y en otoño llueve bastante, por lo que tienen alimento de sobra para dar y regalar. Además los árboles no se cuidan. Aunque claro, no he visto nunca ningún otro lugar dónde los cuervos sean blancos...-dijo pensativa.

-¿Qué pasaría si lloviese ahora mismo?-no pudo evitar preguntar Katherine.

-Pues que nos convertiríamos en náufragos y que tendríamos que empezar a vivir como Robinson Crusoe.-Peter parecía casi entusiasmado con la idea.-Un día tenemos que irnos a vivir unos días a aquella roca grande. ¡O a las de alrededor, me da igual!

-¿Quién es?-le preguntó Katherine.

-Te han comprado el libro, así que es mejor que lo sepas cuando lo leas.-le respondió Peter, pensativo.

Se pasaron el resto del día por allí navegando, aunque hicieron paradas en tres de las islas. Se podía correr y jugar por ellas perfectamente, aunque el tacto del suelo era un poco resbaladizo, y si alguno de ellos se caía podría hacerse bastante daño. Katherine tuvo que ser agarrada por Peter o por William para no caerse al suelo, lo cual ocurrió en bastantes ocasiones.

También cogieron flores. Sobre todo prímulas. A Katherine le colocaron una en el pelo, pero a la niña no le gustaban esas flores. No contrastaban lo suficiente con su cabello negro, aunque quedaban bastante mejor en el de Bonnie.

Había una única cosa que a Katherine no le gustó de aquel viajecito en bote. En una de las "islas" las rocas se alzaban enormes y traicioneras, pero extrañamente bellas. La niña se fijó en que eran lo bastante grandes como para ocultar algo… fuera lo que fuese.

Se estremeció cuando oyó un débil canto en su cabeza. Era justo lo que ella se imaginaba del canto de las sirenas, y no le gustaba nada. No era muy difícil imaginarse a las sirenas en algún rincón de aquellas rocas peinándose y cantando. A la niña no le gustaban las sirenas, eran las únicas criaturas fantásticas que no le gustaban, aunque no sabía muy bien el por qué. A Bonnie y a Bianca les parecían entrañables, pero ella las veía como a los demonios de los cuentos.

Atraían con su canto a los marineros, se mostraban dulces y amables con ellos, prometiéndoles amor eterno y todo lo que fuese a cambio de que hiciesen cualquier tontería por ellas, y eso si no estaban hambrientas. Y luego, finalmente, les mataban. Y se los comían, según los libros que había leído¿Qué sentido tenía eso? El hechizo de una sirena parecía algo espantoso y horrible, algo demasiado "maléfico" para su gusto.



¡Menos mal que no existían!

Pero casi se sintió triste cuando vio que el cielo comenzaba a anaranjarse. Pronto sería la hora del crepúsculo.

Cuando emprendieron el camino de regreso Bonnie comenzó a cantar una canción de marineros. Una canción de marineros que había sido inventada por ella misma, por lo que era bastante incomprensible.

-¡Los tíos se van a enfadar cómo sepan que hemos estado tanto tiempo en las islas!-dijo Bianca mientras le tapaba las orejas a Bonnie.

-No deben de saber que hemos estado siquiera en una de las islas, da igual lo segura que sea.

-Peter…-comenzó a decir Katherine, pensativa.

-¿Qué pasa?

-Verás, es qué…

Pero la niña no logró jamás terminar su frase. Estaba apoyada en el borde del barco, que de repente tuvo un movimiento involuntario… que la tiró al agua.

La niña chilló mientras los demás se apresuraban a rescatarla. Tuvieron que aunar Peter y William sus esfuerzos para agarrar las manitas de la niña y subirla de nuevo a la barca, mientras tosía y escupía agua.

-¿Se puede saber qué ha pasado? ¿Te has apoyado demasiado en el borde?-Bianca la miró con preocupación mientras le revolvía el pelo para así secárselo. Menos mal que la ropa que habían traído estaba mojada ya de primera hora. Las ropas de todos se mojaron cuando una ola las cogió en un despiste de los chicos poco antes del mediodía. Por lo que no se metería en ningún lío.

-No lo sé…-en realidad Katherine estaba segura de que no se había apoyado en el borde o nada por el estilo, incluso que estaba más alejada de la cuenta, pero de todos modos tuvo que admitirse a sí misma que probablemente había hecho algún movimiento involuntario… nadie, absolutamente nadie, la había empujado al agua. De todos modos ni siquiera estaba enfadada.

-¡Al final tendremos que darte clases!-exclamó Bonnie, fingiendo algo de exasperación.

-¿Clases de qué?

-De cómo no ser tan torpe. Jamás me lo habría imaginado, pero eres la primera persona que conozco más torpe que Bianca… ¡y eso que eres mi hermana! Ironías de la vida...¡ironías de la vida!

Katherine iba a replicarle algo a su hermana cuando entonces… oyeron algo de música. Se acercaban a la orilla y oyeron algo de música, ¡y eso que aún estaban lejos!. Y varias figuras en la playa… parecía que se estuviese celebrando algo. Y con mucha fastuosidad. Todos y cada uno de ellos se quedaron mirando a la orilla, sorprendidos. Bonnie incluso dejó de remar.

Pero luego salió de su distracción y se apresuró a remar a la orilla, dándole un codazo a Peter, aunque en realidad había reaccionado solamente para ver lo que pasaba.

Se bajaron rápidamente del bote, casi y corrieron junto a los causantes de aquel alboroto. Unos cuantos jóvenes del pueblo estaban charlando animadamente, aunque también había varios niños y un anciano que parecía estar feliz. O más bien orgulloso. La música provenía de varias personas que tocaban lo que parecía un clavicordio portátil, armónicas y un violín algo agstado por el uso. La combinación era extraña, y de algún modo sublime.Sobre todo triunfante.

Peter se acercó a uno de los ancianos, que era el que estaba más cerca, y le preguntó con educación que estaban celebrando.

-Estamos celebrando que nos acaban de celebrar unos rumores bastante interesantes.-lo dijo en un tono extraño...como si estuviese mintiendo. Pero se podía notar la alegría de su voz. Llevaba unas prendas de pescador que se veían a menudo en el pueblo, pero limpias e impecables, como recién estrenadas. Con ese tono de voz el anciano parecía rejuvenecido.

-¿Puede decirme usted qué rumores son?-preguntó Peter con la misma educación de antes.

-No puedo contártelo todo, pareces demasiado joven para entenderlo, al igual que tus amigos, pero dicen que ha renacido un viejo movimiento que llevaba años muerto. Han dado un golpe bastante fuerte, ¡cómo los valientes!-el tono en el que hablaba denotaba un orgullo increíble, como el amor que sienten la mayoría de los patriotas, pero Peter tenía la sensación de que aquel anciano no tenía ni la menor idea de lo que había pasado de verdad. No se había enterado de nada. Parecía tan alegre que casi ni le salían las palabras.¡A saber por qué sería!

¡En fin!Tal vez estuviese desvariando.

Así que, educadamente, le dio las gracias, pero luego se las arregló para preguntarle a alguno de los jóvenes, que tampoco parecía muy seguro de lo que había pasado, pero que le dio más información que el anciano.

-Dicen que las cosas irán mejor a partir de ahora. Han logrado ahogar un problema que se nos venía encima, por lo que estoy seguro de que han evitado otra guerra. Otra guerra. Como si empezara otra vez la Segunda Guerra Mundial. Al menos eso es lo que dicen-el joven inspiró y espiró profundamente antes de seguir-¿Te imaginas? Han hecho un gran trabajo, manejan muy bien sus posibilidades. Son unos estrategas estupendos.

Peter no estaba muy seguro de lo que le acababan de decir, así que indagó un poco más. Discretamente, le preguntó a otro de los jóvenes, mientras los demás le seguían, más discretos todavía.

-Los chicos del señor Di Vaarsen han sido muy valientes. Nadie sabe exactamente lo que ha pasado pero se rumorea que han superado una gran crisis. Andan por ahí con aires de victoria, pero se rumorea que han mejorado bastante, que son ahora más notables que antes. Es para celebrarlo, aunque a todos nos gustaría haber visto o saber cómo fue exactamente. Deberías preguntarle al señor Di Vaarsen o al señor Dioterello. Creo que el segundo te lo contaría encantado-el joven parecía más seguro, e incluso casi tan orgulloso como el anciano. Pero al menos no parecían trabársee las palabras. Este joven en concreto llevaba unas prendas elegantes, que se veían en la ciudad pero que en su cuerpo parecían darle un toque...aristocrático.

Peter sintió la suficiente confianza como para decirle al joven la poca información que había sacado. El joven se encogió de hombros y negó con la cabeza.

-Aquí nadie sabe nada más, así que no creo que logres averiguar nada más por aquí. Pero de alguna forma se siente, ¿sabes? Lo entenderás mejor dentro de un par de años.

Peter le dio las gracias al joven y regresó con los demás, relatándoles la poca información que había sido capaz de sacar.

-¿Quién es el señor Di Vaarsen?-preguntó William. Peter se encogió de hombros, pero Bianca soltó una exclamación y dijo:

-Creo que es un viejo amigo de papá, le he oído varias veces hablar de él. No es un señor muy famoso, pero parece que es todo un hombre de negocios. Bastante fiero, según palabras de papá. No parece que le caiga muy bien.

-¿Y tú cuando demonios has oído eso?-le preguntó Peter.

-No sé, creo que hará un par de meses.-dijo Bianca, aún no muy segura de aquella información.

-¿Por qué no le preguntamos?-saltó Katherine, con la esperanza de que aquello hiciese vacilar a su tío respecto a la información que claramente se estaba guardando. Aún estaba dispuesta a aprovechar cualquier oportunidad.Bianca negó con la cabeza.

-No creo que sea buena idea. No habló muy bien de él.

La niña no lo había dicho todo. Más que hablar mal de él, su padre había puesto una expresión muy rara, como de rabia o de crispación, que de todos modos casi era graciosa.

-Esperemos un par de días, tal vez se entere él mismo de lo que ha pasado aquí y se le escape algo. Vendrá dentro de una semana.

-¡Eso es mucho!-se quejó Katherine.

-Ahora dirás eso.-replicó William apoyando una mano en el hombro de la niña-pero luego te darás cuenta de que las semanas pasan cada vez más rápido, hasta que finalmente se convierten en segundos… y en el momento de regresar a clases. Así es el verano, ¡así es el verano!-terminó lamentándose de forma teatral. Iba a decir algo más, pero fue interrumpido por un niño del pueblo que había venido corriendo hacia ellos.

Bueno… parecía ser del pueblo por las pintorescas ropas que llevaba, pero había algo que le distinguía de los demás… en sus ojos había una expresión expectante e inteligente, traviesa y su cabello rubio parecía estar bien peinado (algo que ya le diferenciaba bastante del resto de los niños del pueblo). Parecía alegrarse mucho de verles.

Pero sobre todo había en él cierta sofisticación que no había en el resto de los niños del pueblo. Quizás fuera el hijo o el nieto de alguno de los adultos que había allí, o de las pocas mujeres que se hallaban bailando, con vestidos largos y de colores deslumbrantes que volaban cuando daban vueltas, como si fueran los vestidos de una gitana. Aunque éstas eran mil veces más elegantes.

-¿Queréis uniros a la celebración?-les preguntó con una sonrisa amable, pero expectante. Les miraba con curiosidad, como si viesen algo más interesante de lo que habían visto anteriormente en el pueblo. Como si se alegrasen de verles. ¿Por qué sería?

Peter negó con la cabeza.

-Gracias, chaval, pero nosotros tenemos que regresar a casa. Se hace tarde.

-Bah, por fa, sólo un ratito… será más divertido. ¿No queréis probar esto?-sacó unas frambuesas recién cogidas, ofreciéndoselas.A Bonnie se le hizo la boca agua, y a Peter también, que dijo, ahora con bastante vacilación.

-Nos encantaría, pero nos reñirán si llegamos tarde. Nos hemos pasado todo el día fuera.

Otros niños se acercaron y se pusieron detrás del primero. En todos ellos brillaba la misma sofisticación y la misma curiosidad insatisfecha. Los chicos tuvieron la sensación de que esas criaturas no eran del pueblo. De que venían de un lugar mucho más refinado, a pesar de que ellos mismos eran refinados comparados con los otros niños del pueblo. Y entonces sonó la música. Una nueva vanción.

Era como un sonido de tambor, vibrante y sorprendente. Los chicos dieron un respingo de sorpresa. No tardó en oírse el sonido de una flauta y un dulce canto. Parecía una canción de victoria, algo mucho mejor que lo anterior.

Pero… ¿qué victoria se estaría celebrando? Aquello era sin duda un auténtico misterio. Un misterio fascinante.

Y las frambuesas parecían deliciosas, y no solamente a Bonnie y a Peter, que adoraban esa fruta, sino también a los demás. Aquella fiestecita se estaba convirtiendo en una tentación irresistible. Y finalmente terminaron por dejarse llevar por la tentación. La música era demasiado deliciosa, la tentación demasiado poderosa...¿cómo resistirse a todo aquello? A unirse a aquellos niños, a aquella fiesta.

Primero fue Bonnie la que cayó, arrastrando a Bianca de la mano. Después les siguió Peter, y William, que tuvo que llevar a Katherine de la mano, pues aún parecía algo vacilante.Pero la verdad es que ella no sabía el por qué. No veía motivo alguno para sentirse así.

Comieron frambuesas y estuvieron jugando y bailando con aquellos niños, como si formasen de verdad parte de aquella comitiva, olvidando por completo que tenían que regresar a casa antes del anochecer.

Pero claro, para cuando recordaron que tenían que regresar ya era de noche, una noche oscura, en la que se había unido más gente, el ambiente estaba más animado. Peter se alarmó y prácticamente casi arrastró hacia los demás de vuelta a casa.

Aun así siguieron oyendo la música mientras corrían apresurados de vuelta a casa. Y la seguirían oyendo durante muchísimo rato, incluso en sus sueños, pudiendo ser perfectamente parte de sus sueños.O de sus pesadillas.

Recibieron una buena bronca, por supuesto, pero no una demasiado grande, pues para su sorpresa no habían llegado demasiado tarde. Y el atracón de frambuesas no les había quitado el apetito… ¡claro que no!Ni siquiera a Peter, que era el que más había comido.Todos se quedaron dormidos muy pronto aquella noche. Estaban muy cansados por el ajetreado día que habían pasado.

Pero Katherine fue la que más tardó en dormirse. Desde su ventana se oía mejor la música de celebración, y aunque aquello no le impidió dormirse, sí que llegó a inquietarle un poco en el fondo.

Incluso en sus sueños…

Bueno, más concretamente en su sueño. Katherine tuvo aquella noche, desde que podía recordar, su primer sueño.

No era un sueño especialmente inquietante, ni siquiera podía llamársele aún pesadilla, pero era algo extraño. Aunque ella no lo llamaría así hasta dentro de mucho tiempo, cuando al fin tuviese más sueños.

En ese sueño volvía a ver el paisaje que había visto pasar por el tren, aquel que no había conseguido ver apenas, ni siquiera bajo la luz del día, por culpa de la velocidad.

Pero ésta vez no estaba viéndolo desde el tren. Estaba dentro de aquella vegetación, atrapada en un bosque interminable que se veía todo difuso y borroso, al igual que aquellas sombras, lo cual ya era de por sí bastante decepcionante… ¿es que acaso no iba a poder ver ni siquiera en sueños lo que había sido incapaz de ver despierta? ¡No era justo!

Katherine corría por aquel lugar tratando de encontrar una salida, o simplemente algún lugar en el que pudiesen darle información. O encontrar su casa. No tenía miedo pero sentía una curiosidad insatisfecha que le latía como el hambre. Y entonces, cuando se hizo de noche, comenzó a sentir miedo. Porque no encontraba la salida ni algún lugar conocido, absolutamente nada. Y eso no le gustaba a ella nada, ya era demasiado. Y además...no venía nada.

Así que gritó pidiendo auxilio.

El grito no fue escuchado, pero a ella le invadió la oscuridad, y se despertó, olvidando por completo aquel extraño sueño. Katherine recordaba haber soñado algo pero no aquel sueño, que regresaría más tarde…

Henry tenía muchas cosas en las que pensar. Muchos negocios que hacer. Y no todos esos negocios eran precisamente agradables.

La ciudad era el lugar en el que le habían citado una y otra vez para todos y cada uno de sus negocios, incluso los comerciales. Henry odiaba con toda su alma los tratos comerciales. Le aburrían demasiado.

Pero aquello era muy distinto.

Cuando se bajó del coche y llamó a la puerta de aquel despacho sintió unas ganas tremendas de regresar a casa y de alegar alguna enfermedad. Lo que fuese con tal de no tener que ver a aquellos hombres.

Pero, desgraciadamente, aquello era algo de lo que no podía huir.

No tuvo que esperar mucho para que le abriesen la puerta. Allí le esperaba un hombre trajeado de cabello negro, barba de judío algo más corta de la cuenta y mirada fría pero extrañamente amigable. "El señor Dioterello" pensó Henry.

El hombre se levantó y le estrechó la mano.

-Es un placer verte por aquí hoy, Henry.

-Lo mismo, digo. Supongo.-le respondió secamente Henry, estrechándole la mano y sin arrepentirse de haber dejado escapar lo último que había dicho. Sabía que al señor Dioterello no le importaría. Es más, le importaba un carajo como se sintiera o si le caía bien o mal, lo único que le importaba a ambos era el pequeño negocio, o más bien trato, que se traían entre manos.

-No, no lo sé. Se supone que yo no sé lo que piensas, Henry.-le respondió el hombre, que parecía divertido.

-Bueno… ¿tienes los papeles?

-Sí. Aquí están. Estos papeles te desvincularán de este turbio asunto. Nadie sabrá que estuviste en la ciudad, ni tú ni la niña. Si alguien se atreve a investigar o le pregunta algo, no tiene más que enseñar estos papeles. Entonces le dejarán en paz y no le molestarán más. Puede considerarse libre de todo este asunto, por lo menos en lo que se refiere a asuntos "legales"-el hombre se ajustó la corbata y sonrió con cierta picardía. Y vanidad.

Henry le cogió los papeles y los examinó atentamente, con ojo frío y calculador. Al cabo de unos minutos suspiró aliviado. Estaba al parecer todo en orden, no había nada de lo que preocuparse.

Se guardó rápidamente los papeles en su maletín, deseando llegar a casa para esconderlos bien guardaditos en su despacho.

-Perfecto. Aquí tienes el dinero.-sacó un buen fajo de billetes y se los puso en la mano al hombre, que se guardó el dinero y se echó a reír.

-Soborno, querrás decir. No me habría molestado en hacerte este favor si no hubiese sido por eso. Pero aun así ha sido un placer hacer negocios contigo, viejo lobo.-se sentó de nuevo en su silla, alejándose de Henry, y ladeando la cabeza, abriendo un pequeño cajón debajo de su mesa en el que guardó el dinero y rebuscó en busca de algo que Henry no pudo ver, por suerte para él. Henry casi sintió ganas de soltar un comentario sarcástico. El humor de Henry contrastaba con el del señor Dioterello…bastante.

El señor Dioterello parecía estar de tan buen humor que daba la sensación de que le llamaría amigo a cualquier individuo sin estar siquiera un poquito borracho, lo cual, en el caso de aquel hombre, sí que era estar de muy buen humor.

-Lo mismo digo, supongo.-Y esto casi lo decía de corazón, a pesar de que el señor Sanders le caía fatal. El hombre le había hecho un gran favor, y eso se lo agradecía de veras.

-Por cierto…tengo una pequeña pregunta. ¿Siguen extendiéndose esos molestos rumores?-dijo Henry al cabo de un rato, tras un silencio que más que incómodo era inevitable, ya que de todos modos a ninguno de los dos le importaba, sobre todo al señor Sanders

El hombre asintió, sonriendo ampliamente, levantándose y cogiendo a Henry del brazo. Le arrastró hacia la ventana mientras le iba diciendo:

-Más que nunca, Henry, más que nunca… nadie sabrá nunca lo que ha pasado de verdad, excepto nuestros chicos, por supuesto, nuestros pequeños "alborotadores". Ellos están ahora mismo disfrutando de su victoria sobre este pequeño asunto, ¿sabe usted? Andan de muy buen humor, están aprovechando el tiempo la mar de bien, eso se lo puedo asegurar, mi viejo amigo, completamente.... Y las celebraciones siguen aún, incluso por parte de aquellos que no saben ni sabrán nada, que son la mayoría… lo cual me parece sencillamente fascinante, ¿Sabe?…mírelo bien, Henry, mírelo bien.-el tono de voz del señor Dioterello era bastante animado, como si estuviese hablando de un hecho agradable, de algo bueno que había sucedido hacía poco tiempo.

Tal como había ocurrido con algunos.

Henry miró por la ventana tal como le decían. Y no pudo evitar sonreír con cierta tristeza.